Sueños de seductor
Las
cosas habían mejorado. Además de mi vivienda habitual, alquilaba un apartamento
junto al puerto. Pasaba diez días al mes ahí, el resto en mi residencia urbana,
junto con Sabina, mi esposa.
La idea de preservar ese estudio en el que pintaba y escribía
era liberarme de atavismos, inaugurar una nueva masculinidad. Empezaba la
primavera y le sugerí a Anais, una colaboradora de dirección, que podíamos
pasar la tarde en mi velero de eslora corta. - Podemos pasearnos por la bahía, disfrutamos
del primer calor, nos damos un chapuzón, exploramos los peces de la cala - le
prometí. Anais entró y salió de mi apartamento en menos de quince minutos. -Acabo de conocer a alguien en Tinder - me
confesó como si yo fuese un amigo de toda la vida. – Es húngaro- me invitó al cine.
– Dejamos lo del velero para otra oportunidad- se excusó.
Con
Raina, la checoslovaca asistente virtual e instagramer sucedió lo mismo. Llegó
a casa, hablamos un rato, se levantó y se fue como había entrado. Me contó que
se iba a vivir con su novio, que
acababan de encontrar una casa soñada.
Ambas
siguieron viniendo a la tarde a visitarme. Yo no perdía la esperanza de
seducirlas, por eso las invitaba. Raina y Anais se cruzaron un día y se dieron cuenta que habían sido compañeras
de escuela. Raina ofreció hacer una fiesta en la nueva casa que compartía con
su novio, para que todos intimáramos un
poco.
-Quiero
conocer a Sabina, tráela, damos una fiesta el sábado- me dijo.
Llegamos
temprano. Disfrutamos de una comida opípara.
Raina y su novio, disk jokey, eligieron una música sensual, retro, en
homenaje a la edad de Sabina y mía: Jetro Tull. Nos abrazamos con Sabina. Todo
se desencadenó rápido. Sentimos los cuerpos y los brazos de todos aunados, nos
desbarrancamos de sexo alcohol y drogas. El amanecer nos encontró inconscientes,
a los seis.
No
pude mirar a Sabina a los ojos durante días después de la resaca.
- La nueva masculinidad ¿cómo es?- le pregunté un domingo frente a una partida de
scrabel. Y me cambió de tema. Había llamado nuestro hijo mayor y la crisis
económica familiar se hacía insostenible.
Una
tarde las dos chicas aparecieron en nuestra casa urbana. Sabina las había
invitado a tomar el té. Estuvieron charlando horas. Al cabo de un tiempo me di
cuenta que yo no estaba invitado a la tertulia, por la temática y el tono de la
conversación. Esa misma madrugada Sabina hizo una maleta y se fue, de la mano
de Raina y Anais. Pasaron seis meses y recibí un mensaje de texto:
- Nos hemos instalado en una masía junto a
la carretera de Mirles, nos quedamos a vivir aquí. Ni se te ocurra aparecer.
La
acusación `por acoso de Anais ha destruido mi carrera profesional, La noticia
se difundió por las redes sociales. Me cancelaron. Me echaron de la empresa de
Termoplásticos. Las boletas de luz, agua
y gas se acumulan en ambos apartamentos, Hace meses que no pago el alquiler en
ninguno de los dos sitios. Mi depresión avanza al ritmo de una cirrosis que me
perfora el hígado.
Intento
descifrar esta nueva masculinidad de la que, sinceramente, no entiendo nada.
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