Lowry, Sísifo y Job

 


Amanece y en el cuadro de Lowry se dibuja un sendero, un camino que recorro casi sin soñar, casi sin sentir. Avanzo hacia la sierra nevada. Hacia el cerro Tronador. Llevo mi propio peso de recuerdos, como un espectro vacío. Sin nada que contar, sin nada que decir acerca lo que me ha pasado o me podría haber sucedido.

Aquel hecho traumático inicial, ese abandono. 

Olvido. Recreo la historia una y otra vez, hasta olvidarla de tanto recordarla. Algo se encarga de anclarme en mi condición. Es una imagen, es un aullido. 

Las sirenas, las sirenas de la fábrica suenan en el  cuadro de Lowry. Los espectros, entre los cuales me encuentro, no tienen forma humana, son solo sombras de colores, bocetos de lo que podrían ser, tal vez seres animados, tal vez parte de la maquinaria industrial ordenada y metódica que aplasta sus cabezas.

La vida se me aparece en la madrugada, después de un sueño. “Anticipo de las vidas que vendrán” “Laberinto de ensoñaciones y esperanzas en medio del desquicio absoluto”. Otro amanecer, otro tiempo, otra montaña que escalar. 

Ahora la montaña es más alta. Cada madrugada debo desperezarme, ponerme las botas, avanzar por el bosque hasta el claro del río, reposar mis pies en el agua fría y seguir. Ahora que no existen más esas fábricas que dibujó Lowry, ahora que en las fotos solo se erigen rascacielos fantasmagóricos, redondeados como esferas buscando el cielo de Londres.  Ahora, aquí, en medio del  éxodo masivo de extranjero espantados por el racismo. Ahora que la inocencia ha dado lugar a una vídeo vigilancia estrecha, a una nomenclatura simultánea, a un decimonónico espanto universal, Ahora que la razón claudica, amanezco con la certeza de estar imbuido de sombras, de estar desterrado en mi propio entierro y de no poder, ni siquiera conmigo mismo.

El abandono primario en una ciudad desconocida, atravesar la urbe en tranvía. El ruido de las sirenas.  De vuelta al trabajo, al cole, a la enseñanza industrial de la obediencia. Encontrar el camino con migajas, como Hansel y Gretel. No poder ser nunca del todo. No estar dotado de nada especial, solo de mi innata capacidad para sobreponerme a todo: a la mudez, a la falta de palabra, al miedo, al terror intrínseco de cualquier salida a la intemperie. Sin protección, sin nada que amortigüe el dolor. Amanece y ese hecho inicial, originario, el abandono, el miedo, convive conmigo. Está en mí como un hachazo, como una daga clavada y se me aparece en la noche más clara o en la más oscura.

Amanece, aún falta para que llegue la luz. Cuando despierte otra vez, después de haber vencido al insomnio, lo sabré. Me faltará otro día más para derrotar al monstruo. Otra plantilla de Excell, otro llamado, otra esperanza , otras facturas `por pagar, otros cerros que cruzar antes de enfrentar la gran montaña. Allí está, la punta que corona la nieve, entre el bosque y el último río del valle. Un peñasco de piedra. Me arrastro hasta alcanzarlo. Logro aferrarme a la nieve que hay en la base del cerro, aterrorizado , tan convencido de llegar como de pegar la vuelta,. En el último tramo, cuando ya estoy a punto de lograr la cumbre, se me aparece el fantasma de mí mismo. Me doy cuenta que no puedo con ello. Resbalo en la nieve ( esto ya me ha pasado varias veces) Estoy en el comienzo, en la base del peñasco, ahora es volver a comenzar. Otro amanecer de Lowry. 

¿Con qué no puedo? Con la sensación de volver una y otra vez al mismo sitio. Con la idea de que soy Job intentando descifrar los designios de un dios esquivo que lo castiga una y otra vez. Soy Sísifo, aquel que arrastra la piedra hasta la punta hasta que vuelve a rodar,  de nuevo, hasta el comienzo. Soy todos los mitos  recurrentes que poblaron la tierra al mismo tiempo, Tor, Agbar, Agamenón, el laberinto y la musa, mientras despunto en el alba. 


Comentarios

Entradas populares