Malasraki lo había hecho todo mal
Por empezar nunca se tiene que confiar en el viento. El de tierra lleva hacia afuera y no se puede volver. Esa es una ley básica de la navegación a vela, Malasraki no salía cuando había viento de tierra. Esta vez había salido, se había quedado ahí, a mitad del estrecho, con ese fenómeno meteorológico
Resultaba difícil saber cuando la confianza de Fiona se
había quebrado definitivamente. Cuando había perdido el carnet de identidad,
como había hecho para quedarse sin ahorros. De que manera sus hijos empezaron a
negarle la palabra. Por que la soledad había golpeado a su puerta y se había
puesto de espaldas a la vida, como recibiendo cachetadas infames sin entender
de que se trataban los detalles.
Ese era su tema. Los detalles. La falta de tacto. No se le
podía decir a todo el mundo que uno estaba en el sufrimiento y luego salir con
que había una dicha infinita en un viaje a un sitio del que no se regresaba.
Malasraki no había entendido el dolor de la separación hasta
que llevó a las últimas consecuencias una situación que tenía remedio. Se fue
con alguien en medio de la noche, mientras Fiona esperaba, sonriente, al otro
lado. Una traición en toda regla, que nadie le perdonaría jamás. Todo tenía
remedio, salvo que Malasraki hiciese algo para torcerlo. Siempre lo lograba,
todo lo que tocaba se convertía en espesa materia boscosa vegetal y para el
desecho.
Esa tarde reflexionaba, frente a los barcos anclados en el
puerto, por que había llegado tan lejos con sus gafas anti alumínicas. Veía,
poco antes del horizonte, hervir el mar con una bruma gris que ascendía como un
tufo, de izquierda a derecha, justo antes del cordón montañoso.
Un barquito se prendió fuego espontáneamente, porque el
agua estaba tan caliente que sobreexponía la quilla a una temperatura inhumana,
brutal.
Inhumano era lo que se avizoraba en el horizonte, esa ciudad totalmente inundada y ahora abrazada por el calor del fuego que se había encendido en el agua oleaginosa. Los pobladores del estrecho ya habían sido evacuados, entre ellos, su ex mujer y sus hijos.
La ciudad de Barcarola ardía también, todo ardía en un
planeta sometido, en el Norte, a las glaciaciones, en el Sur, a las llamas
abrazadoras del delirio de un diablo que reía sin parar.
Malasraki sonrió amargamente. Al menos esos eran los estertores
del final y no tendría el trabajo de quitarse él de en medio. Todo iba a arder
pronto y su sufrimiento, sus errores, sus mentiras y sus miedos se irían en ese
fuego eterno en el que sucumbiría el planeta, Malasraki, sus penas, los barcos
anclados en el puerto y todas las pequeñas ciudades al otro lado de la bahía.
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