Experimento social

 





Cuando llegamos había ya muchos  coches aparcados. Era extraño ver a los observadores dirigiendo el tráfico, transformando su rol de contención de los impulsos emocionales de los vehículos que se iban colocando en paralelo bajo el sol o en pedazos de sombra, por orden de llegada.

Algo me había parecido extraño, aún en el comienzo del viaje. La puntualidad por ejemplo y el hecho de que fuésemos un grupo tan heterogéneo, tan poco conciso, tan imbuido de tristeza y sinsabor. Amanda, la chica joven que llevaba un vestido muy corto, demasiado corto para unas piernas eternas y suaves. Remilgio, un ex director de fábrica que venía con mil recuerdos traumáticos sin procesar. Remo, una especie de forajido que solo estaba interesado en Amanda y en alguna más que le había quedado sin abordar Yo,


que no tenía la menor idea del sentido de ese movimiento. Eso era lo extraño, que nos hubiésemos reunido así, tan puntuales, para llegar a esa especie de no lugar en la montaña, aleatoriamente, sin más motivación que la de viajar. Lo otro extraño era el silencio. No dijimos una sola palabra. Lo único que dije, mientras Remo manejaba fue “ Me estoy mareando”. Nadie me hizo caso. Había curvas en el camino al reducto, era normal.

Había más


de 100 personas en el retiro. De todas, la única lúcida parecía la cocinera.” Los raritos, los que no consumen carne, los que tienen alguna preferencia que hablen conmigo”  dijo como desafiando un orden establecido, una rutina que nos iba a llevar a todos “ del otro lado”.

Que hacía yo ahí en medio de toda esa gente dispuesta a algo que era imposible dilucidar. Me recibió Sonia, siempre razonable, siempre concreta, siempre en sus cabales. Percibió mi cara de espanto “ Siempre es así” , me dijo como para tranquilizarme, más bien para tranquilizarse ella. La observadora que me cobró estaba totalmente traumatizada por el dinero. Nunca había visto tanto dinero junto. Me gritó, estoy seguro que me gritó que pusiera el dinero, en efectivo, sobre la mesa. O así lo viví, como un grito. Se miró el contrato como si hubiese sido una abogada, a ver si debía algo más. Y luego me permitió ir a la habitación común, con una vista preciosa sobre la montaña, con tres chicas solitarias que me miraban como si fuese un extraterrestre. Que hacía yo ahí, en esa habitación un viernes por la mañana, esperando mi turno para ir al baño, asearme y bajar al lugar común. Eran tres chicas jóvenes, muy bonitas, dispuestas al amor libre con cualquiera menos conmigo, al menos esa fue la sensación que me dio.


Entonces llegó la primera actividad. Era una sala enorme, donde todo “ reverberaba” Me senté al lado de Carolina. Una chica suave y sencilla que me había evitado todo el año en las sesiones normales. No tuvo más remedio que aceptarme a su lado, porque era el único lugar que quedaba, Algo la había frustrado, otra chica hubiera deseado mi puesto, le hubiera encantado estar ahí a su lado abrazándola y yo no me movía de mi sitio.  Por alguna razón sentía que mucha gente de esa sala aborrecía mi presencia. Era yo, tal vez, el único que no encajaba en un grupo, compacto, homogéneo, convencido de las bondades de ese retiro y de muchas cosas más que no alcanzaba a entender.

La voz del coordinador general, o sea, el gran gurú, sonaba cansada. Era la enésima vez que hacía un retiro, que repetía esas consignas, que todo el mundo le hacía caso. Y eso, fue lo más extraño de todo, que todos le hacíamos caso en ese momento. Había que bailar, había que tocarse, había que acostarse, había que conectar con esto o con lo otro, había que terminar en el infierno.

El infierno no era nada al lado de lo que fue esa primera sesión y todo lo que vino después. Esa misma tarde el clima empeció a enrarecerse de manera descontrolada.  Una de las chicas de la habitación intentó tirarse desde el cuarto piso. Un lunático abrió una garrafa de gas, Por suerte uno de los observadores lo detuvo a tiempo antes de que hiciera estallar todo el complejo, una vivienda de masover, una capilla y una masía, por los aires. Uno de los raritos intentó boicotear la cocina arrojando platos para vegetarianos para la ventana. “ Me cago en los hipis de mierda” decía desencajado.

Nadie podía imaginar que el cambio climático, las presiones socialesel ascenso político de la ultra derecha y vaya a saber que factor incontrolable más de un inmenso experimento social, iban a incidir tan negativamente en lo que iba a ser un retiro más de una escuela de meditación consolidada y respetada en el entorno terapéutico. El descontrol salvaje de la primera sesión solo pudo agravarse en las horas que siguieron Si bien fue obediente el numerosísimo grupo con la primera consigna, luego todo se desbarrancó de manera inexplicable. Hubo un momento en el que alguien se paralizó. Luego fue el desenfreno y no se pudo organizar nada más. Los observadores intentaban contener a gente que gritaba y se movía espasmódicamente. La histeria colectiva llegó a un punto de no retorno a la noche. Todos bailamos desnudos junto a la piscina. Alguien se arrojó en medio de la oscuridad y eso fue el final de la cordura. Se veían líneas rojas cruzando el agua y alguien quedó gritando en la oscuridad hasta que logré dormir.

Mientras bajábamos por la carretera sinuosa con Remo y mis dos acompañantes sentía otra vez el mareo.  Esta vez era un mareo distinto. La actividad no había cumplido ningún objetivo, había sido un caos absoluto. Amanda se había cambiado el vestido para regresar, este era aún más corto que el otro. Remilgio, el ex director de fábrica lucía una amplia cicatriz en la mejilla derecha. A la noche del primer día había habido duelos de esgrima y me habían comentado que hubieron muchos muertos y heridos. Remo callaba porque tal vez había cumplido su objetivo de estar con las tres chicas que estaban al lado de mi cama. En realidad éramos los únicos cuatro supervivientes, eso también resultaba extraño.. Por alguna razón, Remo conducía y decía que lo esperaba su hijo en lo de su ex, habíamos decidido salir antes del mediodía.

El último ejercicio había sido arrojarse por el acantilado al vacío No quedó nadie vivo, ni siquiera los observadores y los coordinadores, después de esa experiencia que los había llevado a todos, salvo a nosotros cuatro, al otro lado.

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