Sefarad






He regresado. Transcurro por las calles empedradas como aquella otra mujer que se atrevió a desafiar a la Santa Inquisición con su credo inquebrantable.
Judía como yo, fue recluida en la Torre Gironella para ser quemada viva por su herejía. Sus gritos aún se oyen en la noche desgarrada de Girona. La ciudad de las mil pestes abrazó ese dolor en una noche oscura, tenebrosa, eterna. Aún perduran los suplicios en el ardor de la carne quemada.
La belleza de aquella mujer y mis ancestros que huyeron de Sefarad llevándose la llave a Turquía perduran en la memoria de estas calles de Barcelona, Lisboa, Toledo y Estambul que ahora recorro gracias a la celeridad de los vuelos low cost.  
He regresado a un antiguo amor. Me escucha como solo lo había sentido escucharme una vez. Es alguien que elegí al azar, o no, en un colectivo. Nos conocimos en un pliego de la historia, en el enclave de la Nueva Andalucía por el que Jerónimo Luis de Cabrera perdió la cabeza. El conquistador fue condenado por desobedecer al rey. Los tonos de los comechingones, esa tribu que reía por nada y que tenía un sentido del humor que seducía a los conquistadores en las encomiendas, se me ha pegado. Llevamos una generación fuera de los barcos y de Estambul.
Regreso a Sefarad, con mis derechos de ciudadanía intactos, a tomar otra vez estas casas de Lisboa que alguna vez fueron el paisaje del excomulgado Baruch Spinoza. Como él he sido pisoteada, he sido excomulgada. Nos han echado por herejes, a todos. Ellos renunciaron, yo renuncio, nosotros renunciamos.
Adonai, nuestro guía, nuestra luz, nos da dones y nos quita prerrogativas. Me ha dado la voz y la belleza de la mujer etérea. Pero caminando por aquí, me doy cuenta de la tremenda renuncia a la que me somete esta energía que todo lo devora y todo lo crea según su propia simiente.
He amado a este hombre y a tantos otros como solo sé amar. Con la entrega de todo mi ser y todo mi cuerpo. En la inmensidad del dolor, la calma y el deseo lo  tenido y me he sometido. Con la misma intensidad me he alejado. Me he ido lejos de mí y de él. Me he entregado a los brazos y a los besos de otro hombre y ahora decido la soledad de quien ha sentido su piel recorrida por la tenue mirada de los dedos sabios.
He regresado a uno y a otro, me he ido otra vez. Y ahora lo veo, pleno, con sus hijos crecidos, igual de grandes que mis hijas, con su mirada clara de siempre. Me mira y me ve.
Me dan pocas ganas de besarlo. Demasiado pocas como para dejarlo que me bese y me abrace y me conmueva otra vez.
Soy la Tolrana. Soy la mujer de Baruch Spinoza. La que el tímido óptico de Amsterdam jamás amó. Un viejo sabio y opaco como sus lentes, que me miraba torcido como un perverso.
Fui perversa con tantos hombres que ya no recuerdo ni sus nombres ni sus miembros. Solo sé que me gustó tenerlo a este un día. Que me penetrara y que hiciera conmigo todo lo que se podía hacer con veinte años con alguien dispuesto a la perversión más absoluta.  
Ahora que he regresado, casi treinta años después, este hombre me ha esperado en ese bar al que la ciudad no entra.  Me ha escuchado otra vez, Pero ya no soy yo, ni él es él, somos otros y somos los mismos.
La Tolrana grita en la noche, gritan mis ancestros y me toman desde todos lados los hombres que he amado. Y este hombre ya no me pertenece, ni yo a él.
Así como no me pertenece esta tierra que beso por primera vez. La tierra de Lisboa, Sevilla, Barcelona y Madrid. Donde mis ancestros huyeron de los encapuchados. Desde los oscuros barrios bajos de Estambul y desde la paz horrenda de las Encomiendas he regresado a Sefarad, donde hubiera sido quemada como la Tolrana si alguien como yo no hubiese huido a tiempo.
Estoy en esta tierra pero no soy yo ni soy él ni soy ellos. Soy como una aparición en medio de las autopistas a medio construir entre la memoria y el olvido.
Este dolor no me abandona aunque me quede o me vaya. Decido volver, decido cantar las mismas canciones que inspira Adonai. Decido ser. En mi plenitud me abraza la brisa del Mediterráneo, contemplo los ojos abiertos de este hombre que, otra vez me ve. Y puede intuir mi deseo y mi confianza.
Regreso. Algún día seré libre, algún día los gritos dejarán de resonar en el barrio judío. Algún día amaré como a los veinte años.  
Seré plena en las calles empedradas de mi propio Jerusalem. 

Comentarios

Pedro Halac ha dicho que…
Emocionante Ariel
Jorge Voss ha dicho que…
Halac 100%.Un abrazo Ariel

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