Las plagas






Era un pueblo apacible que había ganado fama de lugar triste. Solo los rituales, las ceremonias y los actos regulares aliviaban esa calma melancólica que todo lo apagaba. Una enorme y extendida tristeza  colmaba el ambiente de muerte y oscuridad.

Malavida contaba con 95 habitantes. En el pueblo existía una sola esperanza: redimir tanta derrota anímica con una victoria definitiva e indiscutible de la alegría. La melancolía era, en Malavida, peor que la injusticia social y la corrupción política. La tristeza era el verdadero desastre contra el que no se podía hacer nada más que esperar.

Malavida se regía por leyes simples, que no estaban escritas  y que se precisaban en reuniones que se desarrollaban el bar del Casino. Del comité ejecutivo espontáneo participaban el Juez Smith, el alcalde Resárnico, el cura Marino, el abogado Rapaport, el industrial Mimético, el médico Caravino, el comerciante Rutano  y el político Malmechor. También estaban la educadora Savina, la regente Esmeralda y el policía Peroturi. Estos personajes y sus familias eran los que en cada festividad poblaban el pabellón, junto con campesinos y algún que otro extranjero que por despiste había considerado Malavida como su lugar en el mundo. Nadie podía considerar  a ese  lugar tan magnífico, rodeado de montañas, cerca del mar y ostentando una extraordinaria producción agrícola su lugar en el mundo. Por la simple razón de que en Malavida no había esperanza.

Durante décadas, los ocho notables del Bar del Casino  iban cambiando de bando según se movía el mapa político. Eran socialistas, liberales, secesionistas o conservadores dependiendo de quien les ofreciera la partida más suculenta para terminar la escuela, mejorar el parking del pabellón o colocar más aparatos de ejercicios en el parque público. Nada de esto sucedía jamás, a pesar de que las gestiones del comerciante Rutano, a la sazón una especie de ministro de economía del pueblo, solían ser exitosas a nivel de los operadores y punteros políticos de esa serie de comunidades orientadas al poniente en el Valle de Malamuerte.

El devenir cíclico de las cosechas y la próspera industria de Malavida, a pesar de las rencillas cotidianas de este grupo por lo demás homogéneo,  garantizaron un una paz orgánica y sostenida a lo largo de más de cuarenta años.

Nadie puede explicar como en Malavida sucedió lo que sucedió. Puede haber sido el veneno que se instaló en las conciencias, taladrando cualquier forma de razonamiento que se saliera de un casillero. Puede haber sido el recambio generacional el que produjo el desastre. Los herederos de los notables de la transición democrática  fueron ocupando de a poco sus puestos en la mesa del bar del Casino. Estos jóvenes no compartían ni su  filosofía  sectaria ni la noción de que el agricultor nunca tendría la potestad para decidir sobre su destino, por instruido que estuviera.

Los que coparon la mesa del bar del Casino a partir de la  decadencia  de la habitual junta de gobierno eran radicales. Desde el  principio los nuevos líderes sostuvieron que había que cambiar elementos esenciales. Decretaron el fin de la crianza de cerdos. El cerdo era un animal que merecía vivir como los demás seres de la tierra. Eso dejó fuera de la economía a  los productores ganaderos, que se quejaron frente al consejo e iniciaron acciones de sabotaje a los agricultores. Llevó más de tres años aplacar al sector: El joven contador Rutano, de gestoría Rutano, consiguió subsidios para convertir a  través de una educación en nuevas tecnología sostenibles a estos productores ganaderos en productores agrarios. Malavida se decretó un pueblo vegano. Esto lo definió un equipo de comunicación comandado  por la hija del industrial Mimético. Ya casi no había industria local, Mimético había vendido su fábrica de tractores y había huido a un país tropical con una veinteañera. Mimético hija también encabezó una moción  para  que más mujeres participaran del consejo. La participación femenina produjo un cambio radical en las estructuras paternalistas del pueblo.  Dos jóvenes mujeres cuya filosofía era aún más radical que la de los hijos de los tradicionales jerarcas del pueblo empezaron a copar los debates: las hijas del médico Caravino y del abogado Rapaport. Dos chicas rebeldes que habían huido de casa a corta edad y regresaron al pueblo con ideas adquiridas en la gran ciudad. 

No se sabe cuando empezaron los fusilamientos. Tampoco se explica por que en algún momento el gobierno central decidió intervenir de manera tan decidida. Nadie entiende de qué manera en un lugar tan triste y alejado empezó a haber heridos y hasta muertos en cargas policiales que se repetían sistemáticamente. Aún así el consejo administrativo autónomo, así se habían denominado, siguió dictando a voluntad leyes cada vez más arbitrarias en favor de las mujeres, los desposeídos y los animales de la zona.

La existencia de un enemigo externo visible, dispuesto a acabar con el pueblo, el Gobierno Central,  reforzó las posiciones extremas en el seno del consejo. Los hijos y las hijas  de los ocho notables se volvieron inflexibles y se enfrentaron a muerte. Los primeros fusilamientos los  ejecutaba el policía Peroturi hijo junto con un par de agentes rurales. Pero después hubo tantas denuncias y condenas de ambos bandos que instalaron una cámara de gas en el pabellón. Fue lo único en lo que se pusieron de acuerdo y se utilizaba para purgas de todos los sectores. 

Las plagas que terminaron con Malavida parecen un entramado bíblico de leyenda: el incendio de la iglesia, convertida en un reducto okupa por la falta de cuidado de la hija ilegítima del cura Marino, la destrucción de la cosecha, la huelga por tiempo indeterminado de los productores agrarios que cruzaron los tractores en la autopista y obstaculizaron las vías del tren de alta velocidad.  La carga final de los aviones de la que no se explica por que  arrojaron tantas bombas sobre una población tan pequeña.

La desaparición de Malavida del mapa de los pueblos rebeldes, que no dejó ni un sobreviviente, fue considerada un triunfo por parte de las autoridades centrales, Los voceros del gobierno lo exhibieron como la preeminencia de la cordura por encima de la radicalización extrema.

Los hechos de que acabaron con Malavida, la única población desaparecida del Valle de Malamuerte, son inexplicables.  La energía de la historia a veces pasa por encima de pequeños poblados con una ineluctable tendencia la melancolía más absoluta. 

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