La cuentas de Litúrgico






Emerson López lo tenía bastante claro. No había venido a América para perder. Perdedores eran los que se habían quedado en Villa Fiorito, Villa Lugano y Pedregal. Perdedores eran los que habían muerto en algún “enfrentamiento” con las fueras del orden. Emerson había llegado para ganar. Y estaba ganando, al menos de momento. Al menos tenía su local en la calle 42, entre Miami y Coral Gables. Tenía su negocio establecido para colocar parquet en las casas de los alrededores. Parquet plastificado, del mejor, su amigo Litúrgico Juárez le había agenciado la representación. Emerson había vivido feliz un par de años. Luego de lavar copas, presentarse en cualquier jardín y cortar el césped, limpiar baños e ir a prisión por conducir ebrio, aquello era lo más cercano a la salvación. Litúrgico lo sabía, solo él sabía por que había hecho eso por Emerson. Y Emerson tenía bastante claro que alguna vez las cosas serían distintas. Y aparentemente ese momento había llegado. Porque Litúrgico ( Emerson nunca se enteró si ese era su nombre o su apodo) había llegado con un par de amigos a conversar con él ese mediodía en el bar cubano de la esquina. Pidieron arroz con frijoles. El mediodía estaba caliente, como el asfalto y la morena que servía el café mostrando lo exuberante. La temperatura no estaba controlada adentro. A pesar de la ley, todos fumaban en el antro, localizado justo en la esquina del mall, al lado de los coches aparcados. Entraba mucha gente ahí, es que el arroz con frijoles y el pollo frito que hacían parecía mejor que el de el puesto de venta de la cadena La Carreta, 500 metros más adelante. Litúrgico fue al grano. Quería dinero rápido y la forma de hacerlo era extorsionando a la Vieja Stachioni. La Vieja era un camarada de Villa Fiorito. Sabía de él que al principio a duras penas había vivido de la venta de helados en South Beach y que ahora había ascendido. Emerson no quería, básicamente, tener nada que ver con él. Todos los otros camaradas de Villa Fiorito habían muerto en el Sur. No habían podido llegar a hacer lo que Emerson se animó a hacer: irse. Llegar a América. Quedaban algunos de Villa Lugano y Pedregal, pero que importaba que hubieran llegado hasta aquí. Lo importante era mantenerse lejos. Por eso cuando Litúrgico le habló de la Vieja Stachioni a Emerson López lo único que le salió del alma fue:

- Ni loco.

Los amigos de Litúrgico no parecían muy amables, ni estaban de mucho humor para jugar al dominó y a los dados, juegos que se practicaban en ese bar. Un viejo cubano lo miró de reojo mientras movía una ficha, como apiadándose de él. . No quedaba mucho tiempo. Uno de los amigos de Litúrgico, un tipo gordo con una chaqueta negra de cuero que desafiaba el calor sofocante, con la cara sonrosada y atravesada por un tajo, lo cogió suavemente por la muñeca mientras el otro le pagaba la cuenta a la morena. Se lo llevaron en el Plymouth de Litúrgico a la intersección de la 8 con la 16, en pleno Miami y lo dejaron con la muñeca dislocada frente a un hogar de homeless. Emerson pasó la noche ahí y al día siguiente pasaron con un Taunus gris y lo embarcaron en Fort Lauderdale. Es que la vieja Stachioni había llegado demasiado lejos, hasta se había agenciado una casa y un barco en Fort Lauderdale y los federales ya estaban tras su pista. Había que sacarle lo que tuviera antes de que la cosa no diera para más. Cuando vio el primer tiburón, lo único que pensó Emerson es que nunca había navegado por esos canales, que nunca había podido mirar barcos tan grandes de cerca y que valía la pena haber venido a América para disfrutar del Caribe de esa forma. Luego apareció el velero de Stachioni y las cosas salieron muy mal. Stachioni no era Stachioni. Emerson quiso retroceder y largarse. Pero el grandulón simplemente lo empujó al agua, donde quedó a merced de los tiburones, pensando en el mar cálido y en lo bueno que había sido dejar Pedregal.

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