La chica de la pantalla

 





No podía estar más cercado. Las deudas, las malditas deudas. Las cuentas a pagar y los recibos y las promesas. Todo caducaba de la noche a la mañana, como si no hubiera mañana, caducaba. Y mientras todo eso se sumaba o se multiplicaba sin que pudiera hacer nada para evitarlo, para acelerarlo, para detenerlo, apareció ella.

Apareció una mañana en mi pantalla, como por error. Era todo lo que había soñado. Una mujer hermosa de unos treinta años, con el cabello rubio, ojos azules, una expresión inocente, un cuerpo deseable. Me habló. Mejor dicho, me escribió en inglés. Me dijo que era de Londres, que estaba aquí gestionando una empresa farmacéutica multimillonaria, me envió fotos de su casa, de sus despertares, de sus cenas. Me dijo que estaba sola, que venía de un matrimonio fallido, que su hija estaba con su madre en Londres y que pronto la traería a Alcares de Lenares, el pequeño pueblo en la costa donde se había radicado su empresa, al sur de Alicante.

Todo me pareció muy bien, me estaba enamorando de la chica. Le enviaba fotos mías como para que me conociera y me aceptara como soy: gordito, calvo, sin la visión perfecta, bastante poco sensual y carnívoro. Parecía que no tenía objeciones con mi aspecto decadente, ni con mis mensajes de texto demasiado intensos y demasiado seguidos.

Hasta que me dí cuenta de que era una estafa. Es decir, miré en Google y reconocí la metodología: “Estafas con criptomonedas”. La tía me quería hacer invertir en unos programas inentendibles, monedas que multiplicaban su valor de manera exponencial. Me generó un usuario en una de esas plataformas y yo, sin ir más lejos, por suerte endeudado hasta la médula, le dije que sí a todo.

La mente tiene esos mecanismos que hacen que se niegue la evidencia. Se ve que se disparó uno de esos circuitos en los que no me importó perderlo todo. Tal vez porque sentía que con la Pandemia, las restricciones, las deudas y las promesas ya estaba todo perdido. No me importó perder a mi familia, a mis amigos, lo poco que me quedaba de una vida digna y transitoriamente feliz o infeliz.

Aposté todo a esta chica, que era muy dudosa y que me gustaba. No solo conseguí 100.000 € prestados para apostar por la criptomoneda que cayó en picado, 100.000 € indispensables para pagar Hacienda y unos cuantos acreedores impacientes. Lo perdí todo, de la noche a la mañana. Pero aún así, negando la evidencia, me fui a verla a Alcares de Lenares.

Me tomé un AVE muy temprano desde Sants, hice el trasbordo a un autobús en la estación de Alicante, y allí estaba, en ese pueblo que parecía un Benidorm por el que había pasado un Huracán, en pleno invierno. Comenzaba diciembre y no había un alma en la costanera. La chica me había dicho que se llamaba Sal y en las fotos había reconocido algo de ese paseo del mar por donde ahora deambulaba esperándola, luego de una cita forzada el día anterior. Se supone que la sede de su corporación estaba ahí, en ese pueblo. Esa corporación londinense con ramas en todo el mundo. Dijimos que saldríamos en barco, a navegar en invierno. Le mentí, como tantas otras mentiras, era una mentira más para mí que para ella. Le dije que soy capitán de barco, que la llevaría donde sea. Lo que pueden la desesperación y el deseo.

Sal no era la chica de las fotos. Esas fotos estaban trucadas, eran de archivo. Lo que veía era una modelo cuidadosamente preparada para estafar a imbéciles como yo. Sal era un moreno de 1 metro noventa, que venía acompañado de dos facinerosos que parecían extraídos de una versión muy macabra de Scorsese. No tuvieron ningún miramiento en arrojarme por el acantilado, algo al sur del puerto, luego de meterme en el baúl de un coche ajetreado y hacerme viajar sintiendo el ahogo de un espacio hermético y cerrado, con cuatro golpes en la nuca y la nariz partida.

Sobreviví de milagro, me rompí una costilla al dar contra una roca. Caí en el mar picado, helado. Me habían sacado mis ahorros de la billetera, junto con la billetera, mi documentación y mi ropa.

Estuve días a la intemperie hasta que unos policías me metieron en un calabozo por averiguación de antecedentes. Un amigo se apiadó y me buscó para traerme de vuelta a su casa, en Llobregat dels Calçons.

Me preocupa que  Sal no responde a mis mensajes. Siempre es así, la mente. 


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