Las doradas manzanas del sol

Ahora que solo los que tienen perros pueden caminar por las calles vacías.
Solo los que tienen perros.

Bradbury podría reescribir las doradas manzanas del sol. Nada de esperas ni de seres que se quedan inmóviles mirando como la radiación destroza sus manzanos. 
Nada de Chernobyl, si bien ahora han aumentado, también allí, los niveles de radiación. 

Nada de Godzillas incendiando ciudades frente a los ejércitos impotentes.

Creíamos que el fin del mundo era eso. Un tifón radiactivo o una estrella impactando en un campo arado. Un viaje tempo espacial a ningún sitio o millones de personas huyendo por infraestructuras colapsadas.

Nada de eso. Solo unos especuladores tomando ganancias antes de que sea demasiado tarde. Solo reflexiones filosóficas del durante, que luego se transformarán en reflexiones del después, si eso puede considerarse un estado. Solo hay un encierro estático, intrascendente casi y una licuación de las esperanzas hasta llevarlas a menos de uno. Que es donde tiene que estar la tasa de contagio.

Solo está  el VIRUS con mayúscula y como en una guerra, cadáveres que se apilan, muertos sobre muertos y el confinamiento con mayúscula en todos lados para no salir de la carcaza que nos protege.

Ahora que solo la tristeza infinita nos acompaña. Ahora ya no tengo más nada que reclamar, más nada que decir. Ahora que está todo ya en un nivel de descomposición tal que se acerca a la inexistencia, lo único que puedo hacer es aferrarme al ahora.
El inmenso poder de una nota que sigue a la otra en la canción que suena en el piano. En la flauta que eleva sus notas. En la voz que se extingue, la risa que me gana, el dolor que se aplana.

Que bello, que inconmensurable, que extenso y que terrible es el vacío. Puebla cada rincón del horizonte como si no existiesen los paisajes que cada primavera nos llenan de sol, amapolas, enredaderas trepando sobre la muralla.

Que hermosa inactividad. No hay más nada por lo que protestar. Nada que reclamarle a esta humanidad recluida. Hasta sus especímenes más espléndidos, hasta los egos más ególatras, hasta los industriosos hacedores de fortuna a costa de los vulnerables que dependen de algo tan nimio como un salario , han tenido que temer lo peor. Es igual el príncipe que el mendigo, da lo mismo el que labura,  el que roba, el que mata. Da igual.
No es una venganza. Tampoco es una enseñanza.

Ahora que todo se ha detenido, o casi todo. Ahora que no existe otra cosa que un inmenso terror asociado a la incertidumbe más absoluta. Ahora me callo. Me doy cuenta cuanto tiempo transcurrió desde que lo sentí por primera vez. Cuanto llevamos, algunos reclamando para que esto se detenga, sin poder detenernos. Me doy cuenta lo  agotado que estoy de reclamar cordura. Lo claro que veíamos el narcisismo y la estupidez de de mandones y de piratas, de mafiosos y de asesinos seriales. Lo mucho que les pedimos que paren.  

Ahora, me doy cuenta, que más que una reflexión profunda o un detenernos en seco, lo que hacía falta era esto: silencio.

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