Expresionismo alemán en La Ilusión de otra cosa
La ilusión de
otra cosa es una obra expresionista, que tiene resonancias con una cierta
narrativa de los años 30, ambientada en Buenos Aires con Roberto Arlt. También
tiene ecos sobre la atmósfera opresiva de la preguerra retratada en obras como
Berlin Alexanderplatz de Alfred Döblin. También
hay un cierto guiño a una forma de construir relatos policiales aprendida en
las series de TV de los 80 y en las obras de Chandler y Hammet, un lenguaje
duro y seco que se emparenta con una narrativa norteamericana que también
podría encontrarse en Hemingway y en Steinbeck. Pero el giro idiomático y la
cadencia narrativa también tienen un aire de Cortázar, en su cotidianeidad
poblada de una cierta incredulidad fantástica.
Los parentescos
literarios con un tiempo de crisis y pre guerra no son casuales, la atmósfera
del relato se nutre de espacios contaminados por un sinsabor generalizado, la
idea de una catásfrofe que se avecina, el impacto de una política deshumanizada
y guerras lejanas y cercanas que se cierne sobre una cotidianeidad que no tiene
nada de bueno que darle a los que la transitan sin encontrar una salida a su
propia desesperanza.
Más allá de las
ideas de éxito y fracaso en el sentido material y de realización personal que
atraviesan el relato existencial del personaje central y de quienes lo rodean,
está la idea de un sinsentido generalizado. No tanto en lo social, corroído
desde las entrañas de un sistema capitalista omnipresente que parece fagocitar
las individualidades y las proyecciones colectivas para transformarlas en
consumo, sino en lo profundamente individual. Los personajes pierden el rumbo,
el sentido de los relatos que han elaborado para justificar existencias en las
que es imposible hasta admitir que está todo equivocado, que es todo banal y
que desemboca en un vacío imposible de llenar. La narración de Mijan en Miami también es generacional. Una fuerza sin
dirección ha arrastrado a toda una generación a un sinsentido profundo. Rotas
las utopías que sostuvieron luchas de generaciones anteriores y aún no imbuida
de la energía distópica milenial, esta generación navega en un fracaso que
parece perpetuarse en un vacío colectivo.
La referencia a
hitos como la caída de las torres gemelas, la guerra de Irak o el
recrudecimiento de las leyes inmigratorias es, más que una referencia histórica
concreta, una manera de recordarle al lector que la realidad se dibuja desde
una percepción mediática y de que el individuo medio parece condenado a no
poder ni abarcar ni entender un proyecto colectivo signado por la crueldad y la
codicia infinita del poder en sentido abstracto.
La ilusión de
otra cosa es eso, un relato situado históricamente, en un sitio que es
confluencia de culturas, una novela generacional y una sociología de los
idiomas mestizos que se van forjando a la sombra del imperio. El manejo de
expresiones de toda Latinoamérica en Miami y sobre todo la mezcla brutal de
percepciones y giros incorporados en una lengua empobrecida y bastarda, es
reflejo de un empobrecimiento general y a la vez de una riqueza dada por esa
misma mezcla permanente y dinámica.
Además de la
historia y la lengua, siempre vivas, el relato rescata lo más importante en la
conexión tanto con el tiempo que refleja como con el lector que lo revive: la
sensación, el abandono y el fracaso. Desde ahí, se reconstruye un nuevo
sentido, el del que puede contemplar todo ese prisma desde un sitio diferente,
tal vez el del ausente, el del excluido, el del escritor o el lector
comprometido con su propio destino, reflejado en el texto.
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