La ilusión de otra cosa
El huracán Irma
El peor desastre jamás vivido en Miami tiene nombre
de mujer: Irma. En setiembre de 2004, Charley y Frances azotaron las costas de
Florida con pocos días de diferencia. Ni siquiera entonces el descalabro se
apoderó del alma de la ciudad de la manera devastadora en que lo logró ese
huracán de setiembre del 2017.
La dimensión del caos que había desatado Irma la
percibí en el aeropuerto de Girona en octubre pasado. Estaba tomando un vuelo a
París y Flanagan, un ex compañero del Belgrano, me envió un whatsapp, cuando estaba a punto de
embarcar.
-Halac, ¿vos viviste en Miami no?
- Sí, hace mil años ¿por?
- ¿Lo conocés
al Pipoka?
- No tengo el gusto ¿quién es?
Flanagan dejó de escribir y grabó un largo mensaje
de voz. No alcancé a contestarlo mientras hacía la cola para entregar la
tarjeta de embarque.
-El Pipoka es un dj cordobés que trabaja en Barcelona. El loco se hizo un nombre en Ibiza. La noche lo quemó, se compró un velero de dieciocho
pies con un plan de escape: dar la vuelta al mundo. Hace un mes cruzó el Atlántico.
Recaló en Miami y quería seguir hacia el sur. Justo en esos días pasó el
huracán Irma y se llevó el barco, anclado en el puerto de Coral Gables, a la
mierda. El velero cayó sobre el techo de una mansión en Boca Ratón. El Pipoka tiene
que lidiar con seguros, grúas, logística, pleitos. No conoce a nadie en Miami
¿se te ocurre alguien que le pueda echar una mano?
En el vuelo de Ryanair, mientras consumía el
miserable aperitivo que venden las azafatas a precio de oro, se me ocurrió la
solución: Arnold Rosenzweig, el abogado que me había tramitado una H1B, la visa
para profesionales que ahora Trump había eliminado por completo. Lo llamé a
Flanagan apenas tuve señal en el aeropuerto de Beauvais.
-Hace tiempo que tengo ganas de volver a Miami, Flanagan.
Si el Pipoka se juega1 con el viaje lo ayudamos a sacar ese barco a flote,
¿qué te parece?
Una semana más tarde intentábamos, con Flanagan y Pipoka,
atravesar lo que quedaba de Brickell, la fastuosa avenida financiera donde se
cocían los negocios de Miami y de todo el hemisferio sur: nada. Una corriente espesa
y gris arrastraba trozos de viviendas, vehículos, árboles, basura, ropa,
electrodomésticos. La riada, que no tenía nada que ver con la suave tonalidad
atlántica que caracteriza a Miami Beach, echaba a los habitantes de sus casas y
cruzaba la ciudad a su antojo.
Desde nuestra habitación sacudida por el viento, el
paisaje era el océano oscuro que descargaba su furia sobre la arena roída de la
playa Cuatro. El Sunshine Paradise, un pequeño hotel sobre Ocean Drive, conservaba
una calma precaria. Cada tanto se cortaba la luz y quedaban interrumpidos los
servicios. Bajo el barro y el agua que inundaba el vestíbulo, el ambiente podía
definirse como art decó en decadencia.
Llegar a Boca Ratón desde el hotel fue una odisea
tremendamente cara. Un taxista nos cobró cuatrocientos dólares por cruzar lo
que quedaba de la Autopista Uno, la 826, North Miami Road y la Avenida Fort
Lauderdale. Entre las vías laterales de las carreteras inundadas había barcos
colgados de los árboles. Por las calles flotaban tablones de casas destruidas, piezas
de jardín, televisores, sofás, placares, ropa, papeles y toda clase de objetos
personales. Flanagan, Pipoka y yo compartíamos el paisaje macabro en silencio:
mega-yates destruidos, casas atravesadas por el agua espesa como si fuesen
chabolas, centros comerciales abandonados que parecían enormes tumbas. El taxista
llevaba un turbante sij y no nos dirigió la palabra en todo el viaje.
-Es un apocalipsis zombi Halac- alcanzó a decir
Flanagan en las siete espesas horas que llevó la travesía.
Arnold Rosenzweig nos atendió, afable, con la calva
roja brillando por el estrés. El abogado había regresado a Boca Ratón apenas
pasó el huracán. Se había instalado en un rincón de su inmensa mansión, por lo
demás perdida para cualquier uso. Era un despacho provisorio, lleno de
expedientes mojados. La familia Rosenzweig seguía evacuada mientras Arnold se
dedicaba a dirimir pleitos de seguros, resolver asuntos administrativos en
relación con el desastre de Irma y a gestionar la salvación de su propio
patrimonio. La catástrofe le estaba haciendo tanto bien a sus bolsillos como
cualquier drama migratorio de la era Trump.
Por una cuantiosa suma que acordó con Pipoka, Rosenzweig
accedió a encargarse del barco. El velero había aterrizado a una milla de su
zona de acción habitual, en una avenida cercana, sobre el techo de una villa que
daba a un canal. La enorme mansión había quedado completamente destruida. El
abogado gestionó entrevistas con vecinos, medió con aseguradoras, hizo un
inventario de daños propios y a terceros y se encargó del papeleo para poner la
nave en el agua. Después de dos semanas de trámites, logró resolver a duras
penas la situación. Poco se pudo rescatar del navío. El barco fue desguazado. Un
seguro tuvo que pagar una indemnización a los propietarios de la mansión. Por culpa
de Irma, el proyecto del Pipoka de cruzar los mares del mundo en velero se
quedó varado en Miami.
Después de la última entrevista, Pipoka y Flanagan salieron
a buscar señal de móvil para conseguir taxi de vuelta a Miami Beach, tarea nada
fácil. Rosenzweig me pidió que me quedara en el despacho. Me invitó con un coñac
que guardaba entre los expedientes mojados. Abrió un cajón y me entregó un manuscrito.
-Pensé que esto podía interesarte Halac. Estos
papeles me los entregaron unos oficiales de inmigración. Alejandro Mijan fue cliente
mío en 2001. Me contó que iba al Belgrano, en Córdoba, como Flanagan y vos. ¿Te
suena el nombre?
-La verdad, no recuerdo a ningún Mijan - El coñac era
fuerte, casi me atraganté-. ¿Qué es esto?
- Es un texto fragmentado. El estado de las páginas
es lamentable. Las he puesto en folios para que las hojas no se terminen de
destruir.
-¿Pero, qué le pasó a ese tipo?
-Alejandro Mijan estuvo quince años recluido en el Centro
de Detenciones Krome, Cuando llegó Irma, los pantanos de los Everglades
invadieron el oeste de Miami. El edificio quedó rodeado de cocodrilos. Los
reclusos fueron desplazados a Texas y a Louisiana. Mijan escapó durante el
traslado. Los guardias creen que logró llegar a los cayos. Quizás tenía la
esperanza de cruzar a Cuba o a alguna isla del Caribe. Difícilmente puede haber
sobrevivido. Irma tocó tierra en Key West y ahí fue donde causó la peor
destrucción.
Leí el texto fragmentado de Mijan en el hotel. Lo
compartí con mi amigo Juan Pablo Salas, periodista colombiano, al que fui a
visitar en Kendall.
-Esto hay que publicarlo en Europa, Halac. Es un
relato necesario compadre -Juan Pablo había sobrevivido en la selva colombiana
en la época de las FARC y sabía lo que significaba la resiliencia, el huracán
Irma no le producía ninguna preocupación.
Flanagan leyó algunas hojas en el avión de vuelta a
Barcelona.
- Mijan… Tiene que ser uno de los que se habían ido
a Miami en la época del corralito. ¿No te suena Halac?
-Para nada –habíamos egresado hacía tiempo. En
nuestra camada había muchos compañeros desvinculados, algunos desaparecidos
- ¿Y Mantoro?
–Mantoro…el Langa…Creo que sé quién es: un rugbier pintón,
una o dos camadas más grande que nosotros. ¿Te acordás? Un personaje legendario, se curtía todas las
minas -Flanagan asintió vagamente.
-Esto hay que moverlo Halac. Si lográs que te
publiquen este texto, hacemos una película con Leonardo Sbaraglia y nos
forramos.
-Te diría que es una novela que habla de nosotros,
de nuestra generación.
A dos semanas de haber llegado, lo llamé a mi
editor. Nos citamos en Figueres.
-Torrent, quiero que leas esto. Me lo dieron en
Miami –le entregué las hojas raídas-Vas a tener que buscarle algún orden –le
aclaré.
–El texto vale la pena -me dijo el lunes siguiente
con su habitual estilo escueto. Se lo había devorado el fin de semana-. ¿Tienes
alguna idea de cómo se podría presentar?
-Creo que se trata de un diario al que le faltan lapsos
temporales. Con lo que hay, se podría adoptar un sentido cronológico y
organizar una estructura circular. Algunos personajes son recurrentes y
significativos. Tal vez habría que empezar por el final.
-Algunas hojas están en pésimo estado, no se pueden
descifrar. La secuencia de la acción es incompleta. Faltan fechas, eventos
intermedios, datos clave. Hay que buscarle el sentido a esto.
-Lo intentaremos Torrent, me conformo con que
alguien lo lea.
Mi cuarenta cumpleaños termina aquí, en el Krome
Detention Center. Nací el 14 de agosto de 1963. El astrólogo dice que soy Caballo
de fuego: “Arrastra con vehemencia a los que quiere hacia sitios donde nadie
quiere terminar, hasta producir un desastre”. La predicción es acertada, soy la
principal víctima de mí mismo.
Me llamo Alejandro Mijan. Soy el Jorobadito, el
séptimo loco. Acaban de identificarme detrás de un vidrio esmerilado los otros
seis locos: el Astrólogo, el Peluquero, el Abogado, el Langa, el Prestamista y
el Aviador.
Sasha, la Coja, mi mujer, me traicionó. Varios inmigrantes,
incautos, narraron su historia en un libro que nunca va a existir: La ilusión de otra cosa. Ellos también
me han denunciado.
He cometido crímenes no excarcelables. Por eso las
autoridades de Inmigración no me deportarán a Córdoba, la ciudad donde nací y
crecí mientras dura la prisión preventiva. Me está vedado el camino de regreso
a mis paisajes de infancia, a mis afectos, amigos, parientes, sabores añorados.
No me otorgan el triste privilegio de volver con las manos vacías, manchadas de
errores y pecados.
No importa si creo o no en la historia que quiero contar.
No importa por dónde empiece o por dónde termine. Más allá del descalabro
migratorio, del corralito, de la caída de las Torres Gemelas, de la furia de
los huracanes, de la locura consumista con ansiolíticos de Miami, anida El
Doral. Un lugar al que llegan los desesperados en busca de salvación. Un espacio
mítico y literario poblado de ilusión.
Soy Roberto Arlt, el Jorobadito, el séptimo loco. Resuena
el tiempo alucinado de Uriburu e Yrigoyen en este relato sobre la misma
Argentina de Discépolo, la del 2001. Como Borges, intento descifrar si Pierre
Menard es el autor del Quijote o el Quijote mismo. Soy Alfred Döblin, el
presidiario Biberkopf. Sucumbo en otro Berlin Alexanderplatz, junto a los
pantanos plagados de cocodrilos de los Everglades, en mi propio Miami.
Los otros seis locos, junto con la Coja, un testigo
hermano de la víctima y los inmigrantes estafados me han denunciado y han desvelado
quién soy. Lo único que me queda es mi identidad desenmascarada. Y eso es lo
que me condena.
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