Narciso en el balcón




Todos saben que Buenos Aires es el centro del planeta Tierra. En los balcones del elegante teatro Colón, la instagramer más fascinante de la historia de las redes sociales, Juliana Awada, bellísima esposa del apuesto presidente Macri, junto a la jovial alemana Angela y al adusto presidente japonés Shinzō Abe, aplauden a rabiar.

Nacido en Buenos Aires y devoto del libre cambio, Narciso inspira a actores políticos y líderes de opinión mundial como nadie lo ha hecho jamás. Ricardo Darín, el Papa, Messi, Maradona y toda una generación de dinámicos políticos-empresarios egresados de instituciones privadas argentinas  siguen la impronta de este dios nacido de las entrañas de la capital argentina. El estilo “Narciso” se ha propagado como una tempestad entre las altas esferas de todo el mundo. El mismísimo Trump ha cultivado su legado:  El narcisismo. Es una afición a la figuración a cualquier precio, a generar imágenes y twits caóticos y de elevado tono, a producir asombro y deseo aspiracional en poblaciones indigentes. Esta forma de ser se ha contagiado como un mal argentino universalizado. Tiene ahora tanto prestigio como el tango. Es el don por el que todos los líderes pugnan más que por su propia supervivencia. El problema no es el agua, ni la desigualdad, ni el hambre, ni el tráfico de armas, ni los aranceles. El mundo lo que necesita son espejos.  

Los líderes de los 20 países más representativos de los cinco continentes están encantados con el presidente más amable y frívolo que haya conocido la humanidad. 

Derrotados los populismos a izquierda y derecha, solo quedan estos personajes, que encarnan la última oportunidad de la humanidad de salir un desastre ecológico y humanitario sin precedentes. El anfitrión es argentino y cultor del dios Narciso.
Lo demás es monoteísmo. La irónica y contundente diosa del FMI, Cristina Lagarde, lo resume en una sentencia:  La fiscalidad, el encaje de las cuentas en balances de ingresos y egresos es la última frontera entre la verdad y la mentira. Si no asumimos este credo moriremos incinerados en la aspiración de salud, vivienda, escolarización y derechos humanos fundamentales para todos los ciudadanos del planeta.  

Otras conclusiones del impactante encuentro de los dioses del olimpo son asombrosas: Seguimos igual. Sigue habiendo países, fronteras, sigue habiendo jefes de estado, sigue habiendo ciudades sitiadas por cuerpos de seguridad. Los ciudadanos comunes están atrapados en impuestos y deudas impagables. Los inmigrantes no pueden cruzar las vallas de seguridad. Pero eso sí: el capital no tiene fronteras. El dinero es uno y fluye como una energía imparable para generar un contagioso progreso. La famosa guerra comercial, la que tenía desvelado a Trump y al líder chino, se terminó. Está perdida para occidente. Los chinos crecen al 9 %, los países de occidente, grandes o pequeños, agrupados o no, no pueden crecer a más del 1,5 %. Si crecen más, se endeudan más y todo el andamiaje se cae a pedazos. Por eso las reservas del Banco Central Argentino ahora están respaldadas por la divisa China. Por eso los bares de Barcelona trabajan 24 horas con mano de obra esclava. Sus dueños ya no son catalanes ni ingleses, son chinos. No se trata ni de Europa, ni de Estados Unidos, ni de Africa, ni de Asia ni de los 20 aliados, se trata de la ruta de la seda. 

El modelo Chino ofrece lo mejor de todos los mundos posibles al credo neoliberal: Una autocracia absoluta y un control férreo del pensamiento de los ciudadanos combinado con un área de libre comercio salvaje. El gigante destruye cualquier economía sostenible que quiera hacerle sombra con una receta simple: la plusvalía va sobre la esclavitud.

Narciso sonríe en el balcón del Teatro Colón mientras los ciudadanos de todo el mundo pagan la fiesta.

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