La llamada vino de noche
Como
todas las llamadas así, entró a la 1 AM. Llegó cuando todavía no despuntaba el
día, ni siquiera a lo lejos. Me desplacé enseguida desde el centro al suburbio.
Subí al chico a la camioneta. Atravesamos la ciudad dormida. Solo algún
desplazado, algún borracho, un camión de basura, un coche de policía con dos
agentes soñolientos se nos cruzó en la madrugada
Esperamos
a que nos atendieran en la guardia. El chico estaba cada vez más pálido. La
médica tenía los labios carnosos, usaba ese atuendo blanco que la desnaturalizaba,
tenía los ojos vívidos y un cabello largo enrulado que escondía un poco con una
hebilla. Era sensual, en otra vida me hubiera enamorado de ella, ella de mí. Podríamos
habernos conocido en un sitio más amable, al menos para mí. Nos derivó al
hospital.
Me
había costado aparcar en las inmediaciones, estaba embotado. Quería al chico, lo
quería de veras, era mi hijo, por eso lo había ido a buscarlo a lo de Clara a esa hora.
Tenía que hacerlo, no podía dejarlo ahí, con esa infección. Con esa cara.
-
- -¿Vomitó? – le había preguntado
- _Si, un par de veces. - Clara quería que
me fuera rápido, que me lo llevara. Los otros tres estaban en sus habitaciones,
no se enteraron.
- _Debe ser una gastroenteritis, algo así– Recibí
un mensaje de mi ex suegra, me agradecía que fuese tan buen padre.
Todo
tenía que estar bien a las 8 AM. Todavía faltaban los análisis, la ecografía,
el diagnóstico definitivo que determinaría la causa de los vómitos, si había
que operar o no. Algo determinaría si Ignacio merecía volver a casa, seguir
durmiendo, ir al cole al día siguiente. Los tres clientes con los que me iba a ver
a las 8.30 AM, eran piezas clave de un rompecabezas que luego sería prácticamente
imposible reconstruir. No podía faltar a la reunión. La presentación determinaría
el futuro de muchas cosas.
A
las 3 AM nos dieron el diagnóstico. Infección generalizada. Habría una
intervención quirúrgica de urgencia. Un médico de verde, el que había leído la
ecografía con nosotros, lo dictaminó con una voz cansina y metódica que no admitía
dudas.
-
__¿Sobre qué hora lo operan? – La enfermera
me ignoró con esa pregunta. También me ignoró el asistente de análisis cuando
le consulté si se podía colocar una cama en el box- A los cinco minutos la
camilla estaba fuera del cubículo en el pasillo. Había casos más urgentes Le tomé
la mano a Ignacio.
- Me duele cada vez más papi.
Un hombre mayor se quejaba, desenfrenado,
al principio parecía que era por una afección. Pero no, estaba gritando de
angustia. Quería pan, quería agua, quería que alguien se parara al lado de su
camilla a acompañarlo. Como ningún enfermero, ningún asistente, ningún administrativo
asentado sobre una pantalla mirando la lista de ingresados se dignaba a
acercarse para darle una palabra afectuosa, el hombre seguía gritando. La camilla
de Ignacio estaba al lado. Me vi tentado de acercarme al señor, de consolarlo,
de decirle algo que le ayudara a pensar que en el mundo existía algo más que el
cielorraso de ese pasillo agobiado de camillas y de enfermeros indolentes. Pero
preferí dirigirme a alguien que parecía tener algo de autoridad en el turno de
las 4 AM y pedirle que desplace la camilla de Ignacio unos metros más adelante,
para que el chico pudiera dormir sin sentir esos gritos.
- _Por favor refuércenle los calmantes. –
imploré y alguien me hizo caso.
Cuando
me di cuenta que Ignacio dormía me dirigí al box donde lo habían atendido por
primera vez. Encontré una camilla vacía en la recepción, donde habíamos pasado
las dos primeras horas para esperar los análisis. Entre sueños pensé en los 130 niños que estaban en el
barco, a la deriva, en el Mediterráneo. Imaginé que sentían algo parecido a lo
que sentíamos Ignacio y yo, esos niños sin padres. Esos padres sin hijos. Esas
madres sin destino en un barco al que le
era era negado en su acceso a los puertos europeos. Imaginé el Cosmos. Los planetas
alineados con sus volúmenes de materia, flotando en el espacio. Sentí la infinitésima
parte de un átomo en una red infinita de galaxias que provenían y tendían al
caos absoluto. Me encontré en el multiverso, más allá del universo, en esa dimensión
que solo aparece cuando conectamos con aquello que jamás queremos mirar de
frente.
Me
despertó una familia africana que había entrado al box para recibir atención urgente,
una encargada de limpieza me pidió que me dirija al pasillo. Ignacio aún dormía.
Ya eran las siete de la mañana. Había cambiado la guardia y el lugar hervía de estudiantes
y médicos confirmando diagnósticos, firmando actas, espantando acompañantes.
-La
noche ha sido larga, diríjase a la sala de espera, descanse un rato, lo
mantendremos informado. – El enfermero algo subido de peso daba la impresión de
que se había quedado sin tarea asignada.
La
luz pálida del sol tibio en una mañana de verano me pareció un insulto. Contemplé
los campos ya algo labrados, las arboledas verdes por unas lluvias que habían
sido generosas con culpa y con un presentimiento oscuro. Clara aún no había
llegado al hospital, no había sido claro en que a las 7.15 tenía que estar
afuera, era mi responsabilidad avisarle. Sobre todo, le tenía que haber dicho
que Ignacio iba a despertar y se iba a asustar si no me veía por ahí.
Mis
clientes desplegaron sus dudas. No supe que decirles.
-
l _La operación es viable- insistí. A las 8.30
abrí la pantalla del ordenador portátil, mostré la evolución de las ventas, el
potencial del mercado. No parecían convencidos.
Recién
a las once, después de cuatro cortados y una sensación irredimible de fiasco, los
clientes salieron del hotel con vistas y se dirigieron a sus despachos para
seguir rumiando la propuesta.
Me
tuve que poner anteojos para leer bien la pantalla del móvil. Era un mensaje de
Clara, como siempre, no había llegado a tiempo. No presté atención a sus
excusas, ni al rumor del coche que apagué en el acto. Tampoco atendí ese calor
que iba inundando el estacionamiento con jardín del hotel, ni la sensación
sofocante que he ahogó
-Volvé
enseguida- leí y lo supe.
Había
estado mirando una pantalla en el lugar y en el momento equivocado, sin poder sentir
nada más, nunca más.Supe
que el día de mi muerte yo había estado ausente y que el error había empezado
mucho antes.
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