¿Quienes son los malos?





¿Quiénes son ellos?

¿Quiénes son los malos? Identifíquenlos por favor. Llévenselos. Déjennos en paz. El mal se esconde en los recodos de una cotidianeidad plagada de infortunio y bajeza. En las esquinas donde se refugian los invisibles. Los que nadie ve, los que nadie oye. Lo peor es no ser visto.  Lo peor es ser visto también. Ellos, no se sabe quienes,  han venido a mostrarnos que somos tan estúpidos como siempre, nos van guiando hacia el conocimiento más profundo de nuestro alma: hay esperanza, el fin está cerca.

¿Quiénes son?, ¿Los Trump, los May, los Macri, los Temer? ¿Las corporaciones, los grupos financieros que alimentan y financian promesas? ¿los ciudadanos de cuello rojo, indignados alzando los brazos, los idiotas que asesinan con cuchillo en Londres o Tel Aviv? ¿Los iluminados que solo festejan el fútbol? Al final todos perdemos. Perdemos nuestra dignidad básica. Nos enfrascamos en discusiones estériles, en dicotomías que no son tales. En todos lados, en Lituania, en Gran Bretania, en Holanda, en Alemania, en Brasil, pareciera que lo que importa es la raza y la nación. El color de la piel, de donde venimos. Importa si tenemos tal o cual identidad. Pero resulta que la raza no existe, la identidad es un compendio de identidades. Resulta que el mundo está tan mezclado que mientras la sequía se lleva la vida de los animales y las personas en el desierto africano, en la Antártida hay un témpano que se derrite sobre el agua caliente. Y la tierra no aguanta. Tanta desidia, tanto abandono, tanta adicción, tanta tristeza en el apocalipsis lento de la especie. Nos hemos desangrado en el hastío y en la incomunicación. Nos hemos puesto a mirarnos en pantallas. 

Nos hemos grabado los números en la cara, en la corteza del cerebro. Somos eso, simples números. Una estadística más, un consumidor más. Con un marketing implacable, nuestra situación socio demográfica nos coloca donde queremos estar: en el ojo del huracán de propuestas para hacernos felices. Compramos paquetes de felicidad como si fueran un menú con receta infalible. Si logramos la salud, la belleza, el bienestar y la prosperidad lo tenemos todo. Si nuestros hijos compraron el conocimiento y se hicieron fuertes a costa de una educación pre paga, con socialización de casta incluida, serán felices. Si los muertos reviven para mostrarnos que la muerte es solo un paso de un estado a otro y que al final todos morimos, estaremos en las puertas del mismísimo paraíso. Ese que inventó una vez Dios todopoderoso, el que todo nos lo quitó para que aprendamos a ser felices. Vinieron para eso, ellos: ¿los iluminados, los perdidos, los propietarios, los gerentes, los arquitectos de arquitectura efímera? Construyeron los espacios comerciales. ¿Nos obsequiaron las arterias ensanchadas de la ciudad dormida para que el consumo pueda circular para enseniarnos quienes somos?.


Los inmigrantes detienen su camino. Los refugiados no llegan al cerco. Los cínicos  y los estúpidos gobiernan. Y nos lo hacen saber: estamos aquí para resistir. Nosotros, los únicos que podemos salvarnos a nosotros mismos, estamos aquí para salvarnos. Pero la salvación nunca es de uno solo. Para salvarnos de ellos, de los atroces salvajes estúpidos y cínicos. De la  gente que solo piensa en sí misma y en los de su clase. De los que roban para matar y matan para robar, de los malos de siempre. Para salvarnos de ellos, de los otros,  tenemos que volver a la conciencia elemental: Ellos somos nosotros. Nosotros somos ellos, somos lo mismo.   

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