Ahi va el capitán Beto

La idea de la libertad aparece más clara que nunca. Una forma de vivir y de ser. Una forma de encontrar aquello que se perdió en una nube de información, indigencia y estupidez. Recuperar algo. Aquello que en la fase del espejo no se terminó de construir o de reconstituir. Algo perdido que se yergue frente a la memoria, continua, el desastre cotidiano, el caos de una puntuación esquiva.
Una nueva realidad, no buscada, ni deseada. Solo conectada al dolor, al terror, a la muerte en su sentido más puro. Una idea, un regreso al poder del ahora, del presente presente presente continuo y sin puntuación. Un presente ambiguo que dibuja su estela en la madrugada vacía. Un ahora ahora ahora. Hasta que se acabe. No importa cuanto dure.
Un presente social. Una búsqueda de espejos en los que mirar el propio deseo de formular frases conectadas por un hilo invisible. Oraciones que describen el futuro. Formulaciones en plural, dimensiones sociales que iluminan la sensación de la soledad más densa y desalentadora del universo.
La soledad del cazador solitario. La soledad del tendedor de trampas. La soledad del asesino que vive para contar lo que ha hecho. La soledad del que hacha en el bosque y recurre a la madera para protegerse del frío, del calor, del hambre y del miedo. La soledad del capitán Beto navegando por el espacio.
Algo se perdió en el camino, algo irremisible y oscuro, algo se recupera cada vez que una palabra de amor cruza el éter y queda grabada con sus iones en el oxígeno que respiramos. Podemos vencer esa sensación. Podemos vencerla y pasar a la siguiente etapa, que es el ahora ahora ahora.
El capitán Beto va por el espacio solo, su nave parece un colectivo que atraviesa el Gran Buenos Aires como un tango maldito. Afuera lleva ribetes dorados, adentro una figura de la virgen que se menea cada vez que la nave se sacude por el paso cercano de un asteroide. La nave lleva cien ninios que deberán reconstruir el futuro próximo y el capitán Beto reflexiona mientras navega con rumbo a lo desconocido. Piensa en las palabras que Stephen Hawkins expresó hace medio siglo, que nadie, nadie escuchó.
“Solo nos quedan cien anios” dijo Hawkins. “Pueden ser menos. Cien anios para irnos, para partir de este planeta”.

Lo vamos a extraniar a este planeta. Más vale que construyamos naves poderosas. Que podamos navegar en el olvido y en un presente en el que solo habrá oscuridad hasta llegar al próximo planeta que podamos habitar. La soledad es nuestra sensación y nuestra salvación. Solo desde ahí, desde la más absoluta nada, desde la incomodidad y la voz interior que nos puede guiar, podremos reconstruir lo que se ha perdido. Esa esencia que nos hace pobres y ricos al mismo tiempo. Solo en la nada podremos conectar para recuperar la voz que nos hace únicos, diferentes, presentes, responsables, artífices de nuestro destino y completamente libres. 

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