Caín





Caín recorre los paisajes bíblicos, perplejo en el sinsentido del propio relato del que forma parte. Él, que ha matado a su hermano, asiste a la destrucción de Godoma y Somorra, ve como Josué destruye ciudades enteras, como Abraham tiene que sacrificar a su propio hijo y como a él mismo se lo incita a la lujuria y al placer desde el abismo del vacío existencial en una ciudad perdida. En Caín, la obra de Saramago, el hombre marcado, corrupto y ambicioso que mata a su hermano es quizás el menor de los peligros. La voz interior que todos llevamos, la de Caín, es la más tenue de las amenazas.

Un tren más  se detiene en Birkenau. Como cada día, descienden los prisioneros. Se desarrollan dos filas: una de mujeres y ninios, otra de hombres. Todos llevan cosida la estrella amarilla que los identifica como  judíos. En los rostros y en los cuerpos se nota la fatiga de la travesía por los campos nevados de Polonia, en trenes abarrotados. Un médico en uniforme nazi se encarga de dictaminar quien es apto para el trabajo forzado , para morir trabajando en vez de en una cámara de gas. Los que no han sido elegidos para el trabajo esperan afuera que se desocupe el cambiador de las duchas.  Morirán en minutos, aún no lo saben. El contrato social ha muerto.

Asistimos, según un grupo de científicos, a un adelantamiento del reloj global en dirección al Apocalipsis Son varios factores, pero sobre todo es el resurgimiento de ese discurso que llevaba esos presos a Auschwitz lo que nos lleva al abismo El  odio xenófobo irracional está aquí, adentro nuestro, entre nosotros. Un grupo de turistas italianos se mofa de un hombre que se ahoga en un canal de Venecia. El ferry atraviesa indolente el paisaje de esa ciudad poblada de íconos mirando cada cosa con fascinación, pero nadie atiene a arrojarse a las verdes y podridas aguas del canal para salvar al hombre que se ahoga. En el vídeo compartido por youtube se sienten las mofas , solo es un Nigeriano dicen, merece morir  Como una turba indolente regida por el más chabacano de los dictadores de una república bananera, los norteamericanos, supuestamente la luz de los pueblos del mundo a nivel democracia, se mofan y se apartan de sus vecinos como si les trajeran la peste. En Lampedusa las filas de refugiados recuerdan a las fotos de Birkenau.

La humanidad, la especie, la naturaleza y el Cosmos formamos una Gestalt, un conjunto armónico en el cual todo depende de todo. Los supremacistas y los asesinos se mofan de ese orden. Interpretan que son ellos los elegidos para apartarse del relato armónico y del espacio cósmico al que pertenecen, sostienen que pueden alterar una estructura compuesta por millones de partículas de la que forman parte.  Actúan y piensan en beneficio de su interminable ego y de los grupúsculos que los apoyan incondicionalmente.


El problema no son los líderes, ni siquiera son las ideas que representan esos esperpentos. Ese relato que desea  anular voces disidentes, aislar a los diferentes, reflotar suenios imperiales y grandeza perdida, generar sumisión a cualquier voz que n o sea la propia están adentro de cada uno. Es un relato que impone la supremacía del macho, del blanco, del de raza superior, es un relato de miedo, victimismo y venganza Caín está atónito pero fortalecido. Para volver a un relato de humanidad frente al horror y el miedo que nos inundan desde el abismo, hay que decirle basta y volver a empezar. 

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