Gravedad


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Desde la oscuridad de la nave, a través del ojo de buey,  se ve el planeta azul. Todo luce impecable. Es un esfuerzo imaginar los mares podridos donde los peces desaparecen, las abejas que agonizan en campos apestados a fertilizantes, las ciudades que se anegan. Tengo todo el tiempo del universo para mí. Mi equilibrio es precario y por ahora resisto solo,  en este mamotreto que gira sobre la órbita terrestre.
La radio no sintoniza con la base. Las ondas solo traen discursos: razones de Estado, declaraciones ideológicas, oscuras prebendas. “Auxilio”, grito. Solo se escucha el zumbido del eco de justificaciones y fanatismos.
Puedo apreciar detalles desde el ojo de buey, en el lado claro del planeta: un misil surca el cielo de Jerusalem o de Ucrania. Un avión lleno de vida es  aniquilado en una fracción de segundo.  Otro misil se lleva 100 niños. Es un horror que desde aquí no se puede imaginar cuando se escuchan los argumentos y las síntesis de los comentaristas en la radio.  Sigo mirando: Miami desaparece, comida por el agua impulsada por el cambio climático. Otras ciudades siguen su destino: Buenos Aires, Londres, Ámsterdam, Nueva Orleans, Venecia desaparecen, cercadas por el agua. La especulación inmobiliaria genera más inversiones sobre suelo podrido en medio de islas anegadas: los hongos de cemento en las islas sobreviven.   
Desde aquí el mundo parece un gran parque industrial de micro chips. En Asia se ensamblan las partes. Los edificios de Singapur son los más altos del planeta: desde ahí se distribuyen los objetos en una mancha que se expande como el aceite caliente: India y China, saturados de puntos amarillos, ponen el modelo de crecimiento en jaque mate. No hay más lugar.
 He entrado en una zona oscura, llena de presagios. El agua, la energía, los misiles, la destrucción y el dolor me sobrepasan. Lo visible desde la precaria gravedad prestada en medio de la nada me sumerge en mis reflexiones, que no parecen llevarme a algún lado. Tengo que tomar posición, tengo que decir algo, tengo que hacer mi minúscula contribución para no hundirme en el fango cuando este cacharro se entierre en un pantano anegado.
Un misil impacta en mi nave. Antes de caer en la atmósfera se me ocurre la frase final para despedirme de esta visión etérea y vana. Pero no la digo. Es mejor el silencio mientras caigo a velocidad incontrolable, ardiendo y con la cara arrugada.
En el fondo del pantano mi nave se hunde lentamente. Recorro el universo de residuos con mi traje de astronauta, preguntándome si es suerte o desgracia que la nave no se haya desintegrado. La ley de gravedad me hizo regresar hasta aquí, avanzo con dificultad y empiezo a vislumbrar las primeras luces del parque industrial.
Me pregunto en que lugar de la cadena de montaje me tocará estar, ahora que mi viaje terminó. No tengo ni tiempo ni espacio para contemplar y reflexionar sobre el desastre que se avecina o que ya llegó.  Estoy en medio del pantano y tengo que dar un paso más en dirección a las luces del ocaso. Si no me convenzo de algo no voy a llegar a ningún sitio, eso es seguro. Así que más vale que piense rápido y escriba. 

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