Asamblea


Esta noche escribo sin luna. Sin una música que me acompañe, sin una idea a la que aferrarme. Sin tu cuerpo desnudo a mi lado. Esta noche me sorprende. Estoy solo, más solo que nunca. Y sin embargo una luz está encendida en mi escritorio. Aquí es donde escribo, aquí es donde espero, aquí es donde vivo.
Tengo más de ciento cincuenta años. He muerto hace sesenta y tres años. El Alzheimer y la soledad se llevaron lo poco que quedó de mí esa noche en que crucé el Ecuador. Y hoy amanezco en esta noche oscura, sabiendo que he muerto hace poco o hace mucho.
Sabiendo que todas las imágenes de mi infancia, las imágenes de mis hijos y de mis tíos. Las imágenes de mis padres y de mis abuelos y de mis ancestros no son más que hologramas sostenidos con alfileres virtuales.
Hoy amanezco solo, en este cubículo oscuro de tiempo irremediable. Me desplazo hacia arriba y hacia abajo. Una nube espesa y húmeda cubre mi esperanza. Un muro de cemento negro obstaculiza tu regreso. Estoy solo en esta noche intensa, más de medio siglo después de haber muerto.
Y desde aquí, desde este sitio inmune al delirio y entregado a la desazón, dialogo con los muertos, con los otros muertos. No puedo dejarte ir, no puedo dejarte ir, pero ellos se fueron. Todos se fueron y aquí están. Dialogo con ellos como si tuviera algo que decir, algo que recordar, algo que remediar.
 Me encuentro con los muertos en esta noche de cabildo abierto. Todos han sido convocados para discutir el futuro. Resulta que hay un futuro. Resulta que los cañones que se llevan a los niños no son de juguete. Resulta que hay una nave que nos espera en el jardín, a todos. Allí subimos y allí bajamos, para volver sobre nuestros pasos e intentar remediar lo irremediable.
Volvemos sobre el sendero azul del olvido, para poder integrar lo que hemos olvidado, lo que hemos dejado atrás. Toda la derrota junta. En ese camino nos perdemos. Me pierdo yo, en mi propia soledad cósmica, hasta que me encuentro con mi viejo amigo el miedo. Con mi viejo aliado el dolor.
Pero nada de eso importa ya, porque pasan más de 150 años hasta que me encuentras del otro lado del río. Del lado en el que la asamblea constituyente tiene lugar.
La nueva república de los muertos me nombra su representante. Y con ellos dialogo hasta que no queda otro remedio que partir hacia el Sur. El Sur del que vengo, al que no puedo regresar. El Sur de calles anegadas y de rutas vacías. Un Sur de veranos largos y de sueños perdidos. El Sur al que no se regresa nunca. Porque en el fondo no existe. Porque es más bien una invención de un soñador perdido, que intentó fabricar una máquina del tiempo. Allí intento subir al carrousel del viento y me pierdo de nuevo.
Entre todos los olvidos posibles, el peor es el vano. El que no será recordado ni siquiera en el desvelo más temido. Ese es el que atravieso, el que bailo, el que padezco en esta madrugada.

Esta noche escribo sin tiempo. Me he muerto, mis restos han sido despojados de sentido, y me he sentado a mirar el desastre desde el otro lado del río mientras la tinta se seca en mi boca. El dolor combinado con el miedo hacen su trabajo sucio de olvidarme y dejarme bien muerto junto a los otros muertos en la asamblea constituyente de la República de los Muertos. 

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