Ordenes de Bruselas
Órdenes de Bruselas
El hombre canoso emprendió la travesía
del gran llano ventoso de la costa sobre las ocho. Partió desde una ciudad de
piedra, plagada de monumentos abandonadas y librada a su suerte por la ley. Tal
vez fuera Narbona, pero era difícil saberlo porque no habían quedado ni rastros
de la gran catedral. Luego de la fumigación con peste roja que ordenó Bruselas
en el año 2029, luego de la cuarta ola de ajustes, las ciudades perdieron su
nombre.
El hombre va acompañado, en el 127
azul destartalado, del muchachito ingenuo y parco que le han asignado desde
diciembre. “Este invierno está siendo largo, promedia febrero y no han
florecido aún los almendros blancos” comenta el muchacho. Marnus Carldtrich se
adentra en el llano esperando no fallar cuando encuentre a Abdu Ben Tarcan “
Tendremos solo una oportunidad muchacho” le dice ensordecido por el ruido atroz
del 127, un Seat de 1960 que pareciera estar rodando su último viaje.
“¿Sobre
qué hora llegaremos a Cantamorts?” pregunta el muchacho, Alfred Krugermann se
llama. Lleva unas gafas con lentes da aumento, equipadas con visor infrarrojo y
detector de mentiras. También lleva una gorra de pana gris que le regaló su
padre en Bruselas para cubrir su calva del frío. Es joven, no tiene más de
veinticinco años, pero ya ha perdido todo el cabello intentado dar con
forajidos. Se tiene que proteger del viento helado de esta zona. “Sobre las 12
muchacho, pasando medianoche”. “¿ Por qué está esto tan árido? recuerdo haber
visto algún bosque por aquí la última vez que tuvimos que enfrentarnos a estos
crápulas”. El muchacho contempla lo que
fue el paso de una frontera hace un siglo. “Los incendios del loco Tonet en
2019 acabaron con todo esto muchacho. El cambio climático hizo el resto”. Dice el
viejo canoso y se aferra al manubrio gastado del Seat 127. De pronto el
vehículo empieza a toser.
“
Maldita sea, este es el único trasto que pude hacer funcionar en aquel
cementerio de Argeres” . El vehículo se para en seco en una senda lateral y el
muchacho intenta ver lo que el viejo hace con un cable suelto, en medio de la
noche y el viento. “ No te preocupes muchacho, esta cosa no reventará hasta
dentro de un rato. Solo tenemos media hora entre esta carretera y Cantamorts. Podemos descansar en la pensión del Tío Pepe y
mañana dar cuenta de Abdu ben Tarcan”
El muchacho, helado, no cree que
puedan llegar, menos regresar. Hace décadas que han dejado de pasar camiones
por aquí y los recortes han dejado las carreteras sin posibilidad de
circulación. Los africanos han invadido los campos arados y los pocos propietarios
que quedaban huyeron rumbo al norte para encontrar un barco que los cruce a
América y los aleje de este infierno. La guerra se desató gracias a Ben Tarcan,
uno de los últimos rebeldes que quedaron en la región y una banda de forajidos
que se dedican a asolar las masías en busca de botines y mujeres. Marnus y
Krugermann han sido comisionados por Bruselas para hacer que los villanos sean
ejecutados. Si no lo logran, habrá que clausurar la zona y dejarla liberada para una
fumigación con peste roja. Eso no dejará a nadie vivo. Será una década perdida,
pero luego el área se podrá repoblar e incluso reforestar. Este ha sido el
razonamiento de algún funcionario de Bruselas. Estos dos agentes han demostrado
su eficiencia en algún otro operativo. Pero llegar ahora parece una misión para
tontos o suicidas.
“Has
visto muchacho, este trasto iba a ponerse a hacer su tarea” dice Magnus. Los agentes
cruzan el umbral de Cantamorts una hora después de lo previsto. “ Conozco una
mujer aquí” dice Magnus. Krugermann responde con un ademán incrédulo. “
Espérame aquí” le dice. El muchacho mira con sorpresa como por la puerta del
edificio de pisos aparece una mujer a medio vestir y con las mejillas rojas de
rouge. “ Lo ha estado esperando” piensa Krugermann y enciende un cigarro a la
luz de la luz parca de una farola azotada por el viento frente al bloque de
pisos. Magnus tarda y Krugermann se lo imagina besando a la mujer, imagina el
calor de aquel encuentro y se estremece en el frío de la noche con el viento
azotando los edificios en ruinas.
“
He interrogado e a esta mujer, es mi amiga. Me ha dicho que el forajido Ben
Tarcan se esconde en la iglesia”. Los dos hombres enfilan hacia el centro del
pueblo, arriba en la plaza central hay un edificio medieval sin techo, las
paredes descascaradas. En un pequeño recinto que puede haber sido un convento
al costado derecho asoma un turbante. Ambos desenfundan y un silbido roza el
cuello del joven Krugermann. “ A resguardo muchacho” recomienda Magnus. Se
refugian en el almacén de Nuria, unos metros más atrás. En la sala de atrás
yace un despojo de quien fue el alcalde del pueblo. Un hombre rechoncho y
amargo que se ha refugiado en un recinto oscuro al fondo de la tienda, el
calabozo del pueblo. Magnus lo sacude y le da un par de bofetadas suaves. El
tipo ni se inmuta. “ Está borracho como un tanque” , vamos al Tío Pepe a hacer
un par de tragos profundos antes de dar cuenta de Abdu”.
El
salón del Tío Pepe ni se inmuta con el viento. Es un edificio sólido. Solo las
dos puertas pequeñas se estremecen con cada ráfaga. Un par de argentinos
nostálgicos están hablando de tango en una mesa. Pronto se levantan y se van a
sus refugios a dormir. El proxeneta Rufo comparte un trago amarillo con una
puta envejecida que hace una mueca de espanto cuando entran los extranjeros. “
No ha estado por aquí el forajido” dice Pepe y le acerca dos botellas de un
whisky pasado a Krugermann. Una botella se la queda el muchacho y la otra la
hace deslizar por la barra hasta el sitio donde se ha ubicado Magnus.
“
Magnus Caldtrich” , la voz de Abdu resuena en la entrada, azotada por el
viento. Magnus gira tranquilo sobre el eje de la barra y Krugermann se aparta
de la mesa donde ha estado desarrollando enigmas con crucigrama. Ya son casi
las cinco de la mañana, pero aún faltan un par de horas para el amanecer. Pepe
está abierto veinticuatro horas, pero esta noche confiesa que le hubiera
gustado cerrar. “ Este maldito hará que se destruya mi bar recién reformado” le
susurra a Rufo, que se aparta hacia el rincón donde se ha refugiado Krugmann
con un movimiento certero.
El
primer disparo destruye el espejo detrás de la barra. El segundo se incrusta en
uno de los jamones colgados. El tercero le vuela la cabeza a la puta vieja que
no alcanzó a desplazarse tan rápido como Ruffo. Magnus desenfunda pero no lo
suficientemente rápido. Solo acaba con un par de los disfrazados con batas
escarlatas. “ Malditos inmigrantes” dice Krugermann y Magnus le hace una seña
para que se movilice y encuentre a los supervivientes. “ Deben ser seis. Una
chica morena y de metro setenta ingresa en el bar acompañada de una mujer
mayor, ambas llevan el rostro muy maquillado y dos vestidos largos, como si
fueran a una fiesta. La morocha es la amiga de Magnus, la que le dio el dato de
la iglesia. Rufo las besa tres veces y se las lleva al fondo.
El
muchachito y Magnus han logrado entrar en el convento y solo han encontrado un
par de cadáveres más. “ El maldito ha acabado con un par de sus propios secuaces
y huye rumbo al Sur. Krugermannno hay esperanza para esta gente, se han llevado
el botín”.
Todo
el llano queda demarcado por Bruselas para la próxima acción represiva. La región
ha sido acordonada y nuevamente se tendrá que fumigar para que Abdu Ben Tarcan
no cuente con más recursos. Tendrá que desaparecer la actual población, pero en
la próxima relocalización se tomarán más recaudos.
“El
año que viene nos toca el Sur de la Península muchacho, vamos avanzando hacia
Africa. Con suerte lograremos que este maldito quede acorralado en Tarifa y lo
arrojaremos al mar” . El muchacho piensa en la reconquista, en Alfonso VII y en
esta península que siempre es el último bastión de los bandos para dirimir el
presente y el futuro.
“
Podría haber estado mejor, pero no ha estado mal”, concluye Magnus. Ha
amanecido y cruzan de nuevo la frontera rumbo al norte. El Seat 127 modelo 60
muere definitivamente algo más al norte de lo que podría haber sido Narbona. “
Ya estamos fuera del cordón de seguridad muchacho, no hay de que preocuparse” .
El
chico no se fía y corre a la estación, tomará el próximo tren de alta velocidad
a Bruselas y espera que no le asignan más misiones a esta zona. “ No hay de que
preocuparse muchacho” repite Magnus y se queda mirando el cable pelado del
vehículo, esperando que alguien de la central se acuerde de él y lo rescate.
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