Fronteras traspasadas

 




El Challenger fue dado de baja hace unos años Ya no se hacen carcasas de aluminio y acero  con propulsión ignífuga. El gas tan peligroso ya no se ceba sobre las inmensas naves que recorren la atmósfera en búsqueda de un nuevo horizonte. Ahora, los que fabrican cohetes lo hacen como un juego, viendo si estallan o no, con materiales livianos, reciclados, que resisten desavenencias y que se prueban así: con una experimentación pura y dura.

Otros experimentos son más peligrosos. Llegamos al límite máximo del odio. A la sinrazón más absoluta. Llegamos a la simplificación más absurda: sobrevivir o eliminar al otro. No tengo la menor idea como se resuelve un conflicto como el de Medio Oriente. Como se regresa desde ahí. Quizás es el fanatismo en todas sus vertientes o quizás hay algo más, tal vez es el simple hecho de no reconocer al otro, de sentir y pensar que hay un ser superior que rige nuestras voluntades como si fuésemos marionetas, quizás es el simple ocaso de la razón, o ese impulso bestial que ha animado a los seres desde el comienzo de los tiempos a matarse por el simple hecho de hacerlo. No lo sé. Admito mi ignorancia.

 La Tercera Guerra Mundial entra en su tercer año con el fortalecimiento de los BRICS y la decadencia senil de un Occidente endeudado hasta el cuello Asciende la poderosa China, la obstinada Rusia ataca y el inerme Israel recibe miles de misiles. 

 Las fronteras del Imperio son claras: por un lado Europa, por el otro Oriente medio. Se supone que son guerras entre culturales y económicas. Se supone que tienen algo que ver con la geopolítica y con la necesidad de colocar armas y de hacer valer algún tipo de supremacía. Se supone que estamos defendiendo valores al resistir.  

 He visto más mujeres uniformadas que nunca. La princesa Leonor ostenta su uniforme, como para mostrarnos que no habrá ya otra cosa que guerras y guerreros en un mundo sumido en el ruido del desengaño y de la muerte.

Hemos aniquilado prácticamente todo atisbo de vida que no nos conviene o que nos sirve para fabricar ensaladas enlatadas,  que se venden cada vez más caras, en escaparates cada vez más en menos manos.

Hemos sometido a seres inferiores con la excusa del racismo para hacerlos trabajar para unos pocos privilegiados.

Hemos esclavizado pueblos enteros, hemos disuelto culturas, hemos segregado a los débiles. Los mendigos navegan por las ciudades y solo cabe pensar quien será la próxima víctima. 

Tal vez sea yo, si yo, aquí, escribiendo, tal vez sea el último en recibir una bala, o un misil, o un despido, o una incertidumbre o una amenaza.

De eso se trata este mundo fagocitante, este tecno feudalismo en el que lunáticos fabrican cohetes que no van a ningún sitio, contando con prebendas y fondos públicos ilimitados. Un mundo donde la tecnología sirve para la legítima defensa o el legítimo ataque. Un mundo que no habla de humanos, que habla de máquinas. Un mundo que lee este texto y lo decodifica en clave comercial. 

Cualquier cosa que se expone en estos programas infintamente cuantificados es empleado por la máquina de multiplicar dinero y recursos para hacer explotar los bolsillos de alguien.

Las autopistas se atosigan de vehículos que ya están impedidos de circular. Los medios están saturados de mensajes indescifrables, de personajes adustos que llaman a combatir, que ruegan a los gobiernos del mundo por más armas. Los  paladines de la defensa. 

Del otro lado están los malos, los que agreden y deben ser borrados de la faz de la tierra. Son atroces, es verdad. ¿Cómo se vuelve del odio que despiertan y siembran? No tengo ni idea. 

Solo siento que la paz está adentro mío y que no la voy a encontrar afuera sino en la más honesta soledad.

La borrasca de otoño tarda en instalarse, a esta altura del año, el Mediterráneo aún está tibio. Tal vez es el sutil cambio de clima que puede observarse desde el extinto Challenger, a punto de estallar por una explosión de gas líquido. 

Un lunático observa el cielo, tal vez un millonario obsesivo y advenedizo que somete a su equipo de mil secuaces para cualquier cosa que se le ocurre para salvar el mundo.Ojalá ese millonario no lea este mensaje en una botella. Porque, no quiero ser paranoico, no me gustaría que ese tipo se las agarre conmigo. Soy el último que reflexiona y escribe mientras al mundo le esperan más semanas como esta que acaba de pasar.

Parece que no hay forma de detener, con palabras,  el avance sobre las fronteras.No son fronteras físicas, son fronteras de una humanidad devastada por su propia inextricable neurosis autodestructiva. 

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