La gloria de Pacheco Funes López, alias Ruben Blando









La primera vez que Pacheco viajó fuera de San Vicente se fue a Necochea. En esa pequeña playa de pinos, junto a un mar de olas bravas y frías, se le había abierto el apetito del mar. Solo tenía doce años, había logrado colarse con una familia de amigos del barrio.

Pacheco siempre había sido diferente de sus hermanos, de sus tíos, de sus primos. Todos, nacidos en San Vicente, en la misma calle, en el mismo barrio, eran miembros de la comparsa de Carnaval. Jamás habían dejado Córdoba, la ciudad de Córdoba, incluyendo San Vicente y La Calera. La máxima aspiración de todos, amigos y familiares, era comprarse un par de zapatillas de marca. Tenían que ser, para el picadito del sábado. Las primas y las tías iban juntas, con sus bebés, al baile de la Mona Jimenez, a buscar novio. Seguían a la Mona cada vez que tocaba en la ciudad, los sábados, en el Estadio del Centro, en el Sportivo, en Atenas, no importaba donde. Los varones también iban todos: los que eran empleados del Mili, que tenía de un par de taxis para hacer turnos. También iban los que trabajaban en la despensa de Pocha en la San Jerónimo 2500. Iban los que se dedicaban a hacer changas con un rastrojero 68. Se turnaban para usarlo al al rastrojero y lo arreglaba el Chungo para que no dejara a los clientes a pata.

Pacheco López Funes, ese era su nombre completo, no se conformaba con ese mundo de cuartetos, changas y tacheros. No se contentaba con minas que se querían casar. Con esas minas que se podían encontrar en el baile que su onda era casarse para después ir a La Calera con pendejos y pasarse la vida renegando. A Pacheco le aburría el Fernet con Cola de las esquinas con los negros todos los días. Estaba podrido de pibes que se mataban con fana, de los que quedaban limpiando vidrios y a veces terminaban en cana. Incluso de los que se hacían los chetos laburando con la cooperativa La Luciérnaga.

Pacheco quería ver lo que había visto en la tele, quería un coche nuevo, una casa propia, quería vivir en un suburbio yanqui y aprender inglés. Quería vivir juntoa ese mar que lo había hecho soñar. Pacheco quería minas dispuestas a todo, aventuras de una noche. Quería tablas de surf capaces de vencer cualquier ola. Por eso, haciendo changas se logró ir. Se rajó mucho antes del quilombo que dejó a todos sin laburo. Juntó de a cien verdes por mes, cuando todavía valían un dólar- un peso. Al año y medio tenía un pasaje y lo suficiente para dos meses en Miami. Se compró un par de Adidas fosforescentes, una camiseta de Argentina y un equipo Topper con buzo y pantalón corto. Hasta le alcanzó para una malla Legacy, como la que usaban los garcas. Subirse al vuelo de Aerolíneas Argentina Córdoba- Miami fue tocar el cielo para Pacheco. Pasó como si nada por las intimidantes puertas de entrada al imperio del Norte. Pacheco Funes alucinaba con las lucecitas de colores de ciencia ficción, con los pasadores automáticos. Los aviones , cientos de aviones, se veían como si uno hubiera estado en la pista.

Pacheco era el más blanco de sus siete hermanos. Sus tías y primas coincidían con que era el más pintón, con ojos verdes que hacían que cualquier guarra se derritiera a la tercera palabra de voz profunda. De levantar minitas en el baile de la Mona a pasar por migraciones en Miami hay un pasito. Pacheco lo dió sin problemas, le tocó una haitiana americana en la casilla que lo miró con cariño desde su uniforme blanco. Pacheco enarboló su sonrisa triunfal. Con la tarjeta verde y un sello en el pasaporte de tres meses agarró un taxi que le fajó cincuenta verdes para llegar al centro de Miami. Pacheco se dio cuenta de que ahí no hay ni peatonal, ni minas, ni nada. Solo encontró un par de tiendas de cosas eléctricas, un trencito de Disneylandia y miles de coches que ni se veían. Pasaban a mil bajando hacia Biskane Bay. El mar se veía lejos, detrás del puerto. Era una zona warehouses, como Pacheco aprendió después que se llaman esos lugares donde no parece haber vida. Los coches pasaban, como misiles y hasta se podía apreciar algún Ferrari, alguna limusina, algún Rolls Royce. Pacheco no podía creer estar ahí, se sentía el cana de Miami Vice. Entre dos puentes veía unos barcos inmensos que luego aprendería que son cruceros, mega cruceros noruegos e ingleses que paran en Miami. Pacheco se dió cuenta que en realidad no tenía que ir a Miami, tenía que ir a Miami Beach, que es donde estaba la movida. Se lo dijeron en una tienda colombiana. Entablo conversación con una morena fenomenal que le dejo el teléfono. También le dijo que en el parador de la cuatro, frente a Nikki Beach, había un argentino que vendía helados. “Esto es mas fácil que manejar el tacho del Mili” pensó Pacheco, “no llegué hace ni dos horas ya me levante una minita”. Asi que se gastó otros treinta verdes, y solo le quedaron doscientos cincuenta para vivir el resto de su vida en Miami. Le indicó a otro taxi que lo llevara a Miami Beach, en cordobes, todo el mundo lo entiendía. Mientras avanzaba hacia la playa veía el show de yates estacionados. El show de los mayores yates privados de lujo del mundo. Luego cruzó un puente, que le pareció que era más largo que la General Paz y la Vélez Sarsfield juntas. Una vez en la otra orilla empezó a ver de todo lo que se puede uno imaginar del género humano: minas con las tetas al aire, viejos con mallas estrechas, hombres de dos metros de la mano, rusos y rusas llenos de vodka, hoteles que parecían telos al aire libre, descapotables los que uno se pueda imaginar. Pacheco se paseó por ese zoológico entre la calle dos y cuatro, por la Collins y la Washington Avenue, llego a la esquina del parador de la cuatro. Atravesó Niki Beach. Había más colores y más mujeres de lo que Pacheco había visto en su perra vida. Estaba borracho de ver cosas que nunca se hubiera imaginado, solo en las películas. Atravesó la arena desértica del parador cuatro y llegó al puesto de helados. Almirano , el argentino del que le hablaron, estaba sentado con un drink en la mano derecha y teniendo la mano de una rubia colosal en la derecha, Pacheco miraba el mar y creía que era un espejismo. Estaba re cagado de sed y lo que atinó a hacer fue acercarse de prepo y pedirse un gin tonic que le costó diez verdes. Pacheco pagó y giró envalentonado en dirección a Almirano, con el mismo aire socarrón con el que cruzo la barrera de migraciones. Lo miró de frente y le sonrió.

- Me dijeron que necesitai negros para vender helados varon,¿ que te parece?

- Sos de cordoba guaso, aca somo todo cordobese, ¿recién llegaste? El gordo Almirano, parecido al gordo que atiende la boletería en los cuartetos, le vio cara conocida. ¿Cuando pode empezar varon? – lo apuró.

- Ya mismo varón, que voy a hacer si ya se me termina la guita y me tengo que buscar un departamento.¿ Conocei algún lugar por acá varón para que me alquilen?

- Si, acá a la vuelta viven seis guasos y si les preguntas por ahí te hacen un “place”.

El gordo Almirano ya ondeaba ingles y se le estaba yendo el cordobes básico. Lo trató como a un hermano. Pacheco estaba de ocote, no podía creer lo que le estaba pasando.

- ¿Cuánto pagai varón?

- ¿No tenés papeles no_? Almirano acaricio el brazo de la rubia, que parecía una yanqui pero que después cuando habla se nota que es hondureña.

- Papeles, ¿qué es eso papa?

- Social Security, no te calentés. TE conseguimo uno trucho en una semana. Cinco la hora de vender helado, con eso te bancás un mes, hasta que termine el verano, después vemos.

Pacheco se la pasó vendiendo helado. La llamó a la colombiana de Miami, salieron. Logró que los seis negros le hicieran un lugar en el bulo a un precio módico. También que lo dejasen solo para curtirse a la colombiana, que le dejaran también un rato con a una rubia amiga de la rubia teñida de Altamira y con una amiga de la colombiana y con una brasilera que estaba infernal. Pacheco se la pasó de fiesta en fiesta, logró comprarse un cochecito, un Honda 82 que le funcionaba bien. Conoció una francesa que le enseñó a hacer masajes en la playa entre otras cosas. Balbuceaba cuatro palabras en francés y dos en ingles, con el cordobés básico, suficiente para sobrevivir en Miami.

Pacheco Funes López se paso cinco años de gloria en la playa de Miami Beach. La primera vez que lo vio a Rudi, no le dió importancia al asunto. Le parecía un lujo vivir como vivía, con treinta dólares por día, trabajando solo cinco horas. Curtirse cuanta minita quisiera, minitas mucho mejores que las de los bailes, que no querían casarse ni nada, solo curtir. Pacheco vivió una especie de limbo y con cuatro porros por semana se le borro hasta la nostalgia de San Vicente. Alguna vez miró por televisión como Argentina estallaba en mil pedazos. Le fueron contando por mail, en los cyber-bar se enteraba todo lo que les pasó a los que se quedaron. El cabra le contó como Mili lo perdió todo, como terminaron todos sin laburo, sin un mango. Le contaron que muchos se tuvieron que ir a vivir a la villa Los Sanavirones, junto al río. Ese año el país se terminó, hubo siete presidentes en una semana.

El último día de agosto Pacheco se quedó sin laburo. El 11 de setiembre pasó lo de las torres gemelas. Se cayeron las torres y no hubo más guita ni laburo para nadie. Una vez lo paró un cana gringo, que solo hablaba ingles, y le terminaron incautando el Honda, lo metieron en cana y le dijeron n que la próxima redaba lo mandaban al centro de detención de Crown. Ya tenia unos cuantos amigos ahí, algunos habían terminado deportados, otros, aun se pudrían en esa cárcel rodeada de cocodrilos. Entonces Rudi, un colombiano amigo de Altamira, que vendía helado como el y que estaba legal, le propuso la cosa de nuevo.

- Solo tienes que ir a Medellin y volver. Es un viaje simple, lo único incomodo es meterse todo eso en el intestino delgado, pero yo te explico como hacer amigo. Es fácil, hasta las monjas lo hacen. Somos todos amigos de Pablito, que en paz descanse. Lo fusilaron hace un par de años y ahora hemos montado un ejército paralelo, tenemos de todo y en dos meses eres millonario compañero, te lo garantizo.

- ¿Que lo que hay que hacer varón? No tengo un mango y los negros se están buscando otro para compartir la casa. No tengo ganas de dormir en la playa cuando vengan los huracane, hermano. Dicen que esta año viene uno como el Katrina.

- Pues mira, aquí lo tienes todo, el billete de avión, el sobre para meterte la cosa en el orto , como dicen ustedes los cordobeses. Acá está la guita adelantada, tres lucas verdes y las instrucciones de lo que tenés que hacer. Y acá está el pasaporte. Ahora no se llamaba mas Pacheco Funes, se llamaba Rubén Blando.

Lo que pasó con Pacheco después de que se tomo ese avión a Medellin, no se sabe. Altamira y los negros que alquilaban el bulo en la Collins dicen que murió en Medellin, como Gardel.

Sus familiares de San Vicente dicen que vivió de la merca y se hizo millonario. Dicen que vivió en lo de tía Rosita, en Avenida Las Heras, que se había puesto un antro de putas con un par de primas de Pacheco en San Vicente mimo. Que ahí se montó su quisco de merca y que ni pasó por Medellín. El Mili, que dicen que hasta se hizo socio de él, dice que unos amigos del Riqui lo encontraron y lo dejaron sin genitales en un lugar mucho menos glorioso que el puente donde anclan los grandes cruceros. Quedó a la orilla del río primero, lugar plagado de bolsas y de basura si los hay, donde ni los funerarios se atreven a cruzar hasta el cementerio por miedo a que los desvalijen y les roben los cadáveres y los cajones. Dicen que ni la cana lo fue a buscar por miedo a las represalias, que se pudrió ahí junto al rio, sin genitales y sin cabeza.

Pacheco Funes López, alias Rubén Blando es toda una leyenda. Por ahí si se hubiera dedicado al futbol o al cuarteto le hubiera ido mejor, con la pinta que tenía. Por ahí si se quedaba en su casa todavía estaría levantando minas en el baile de cuarteto o tendría un pendejo para ir a La Calera con alguna mina piola con la que se hubiera casado. Quizás su vida hubiera sido más larga, pero, como dicen el Mili e incluso el mismo Riqui,¿ para que vivir tanto si se pueden vivir unos pocos años de gloria?.

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