El ultimo día que Jack vio a Eugenia












El miércoles, ultimo día que Jack vio a Eugenia, no empezó mal. Todos desayunaron a las ocho y quince en la cocina, como siempre. El gato asomo por la ventana y el perro hizo pis en la pata derecha del sofá. Eugenia, irritada, había preparado el café sin la leche. Jack había abierto la heladera y se había volcado la mitad del café encima intentando abrir el sache con un cuchillo. Eugenia, en cámara lenta, había repetido el ritual de echarle en cara su error. Los cuatro niños, callados, miraban como el menor estallaba en una cólera sin razón que los iba a demorar a todos.

Así como se había imaginado el futuro, Jack ahora se imaginaba el presente. No iría a buscar trabajo como cada día. Ni se plantearía seriamente dejar a Eugenia y a los niños.

Mientras se afeitaba, vio a Eugenia aparecer desde atrás, por el espejo, con el rostro enloquecido de asfixia y aburrimiento. No lo pensó mucho, porque oportunidades así aparecen una sola vez en la vida. El martes había visto lo mismo, al fondo de ese espejo. No podía contar con que otras veces se erigiera el mismo abismo. Nadie le aseguraba que el jueves o el viernes aquello se presentara nuevamente. Ese acantilado abierto a sus pies era una oportunidad única.

El del baño era un espejo antiguo, que ya estaba en la casa cuando se mudaron, hacia ya mas de un año. En el fondo, como un cuadro de Magritte, se veía ese horizonte azul, blanco. Una línea celeste, profunda con nubes robustas y atroces sobre el peñón que daba al mar.

A las ocho y cincuenta y cinco, Eugenia no podía hacer otra cosa que regresar a la cocina. Tenía que atender las urgencias simultáneamente, preparar las meriendas los niños. Abrir la puerta, encender el auto, subirlos uno por uno y llevarlos al colegio sola.

Jack desapareció sobre el extremo oeste del acantilado, exactamente a las ocho y cincuenta y tres. Volaba, no como una gaviota, sino como un águila. Elevando el pico hacia el cielo y luego aterrizando suavemente en el agua.

Ni Eugenia ni los niños podrían entender jamás la mutación de Jack. Seguramente lo echarían de menos, pero no por mucho tiempo. En el mundo sobran los buenos espíritus que podrían hacerse cargo de los niños. Y Eugenia había conocido a alguien en una cita montada a través de una red social por internet. Alguien que por primera vez en años la había mirado como la mujer que era.

Hacia meses que Jack se fijaba obsesivamente en el techo, en el espejo y en una ventana del apartamento, como buscando una salida al desastre. A ese pequeño desastre cotidiano que se desato cuando perdió su último trabajo de gerente de marketing de una empresa distribuidora de productos químicos para baños. Jack, que siempre había podido con todo, se había dejado arrastrar por la miseria cotidiana.

Jack estaba seguro de hacer lo correcto. Ese era el día en que se lanzo por el espejo a volar del otro lado, a compartir con los delfines, sobre el borde oeste, la suave sensación del agua bajo las rocas. El día que busco los peces en el fondo del mar cristalino y pudo sumergirse en el abismo, Jack supo que lo peor había terminado. Ya no habia que aguantar niños tozudos que no querían levantarse, ni el e rostro putrefacto de Eugenia queriendo domarlos. Con esa oscura sensación de fin del mundo que lo embargaba al mediodía y a la tarde, puntualmente, a las doce y a las cinco. A partir del momento en que Jack se lanzo al abismo, lo peor pasó.

Un solo incidente empaño su heroica decisión: la mirada de Eugenia, en el fondo de aquel mar frío, ya una vez Jack convertido en ballena. Ese mismo miércoles, dia largo si los hubo en la vida de Jack, esos ojos en la cabeza de aquel pez espada, blandiendo el mismo desafío, reprochándole haberse ido, eran los de Eugenia. Al final también ella había encontrado el hueco en el espejo, solo para echarle en cara el haberla abandonado.

Ese dia duro lo suficiente como para que Jack, ya definitivamente ballena, enfrentara el ballenero japonés en aguas territoriales de Kamtchatka. Para que se sumergiera por ultima vez y cayera preso de esos pescadores en un mar de sangre.

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