Roto en el purgatorio
Una madrugada lluviosa y hostil,
triste y cerrada a cualquier comprensión, se abrió paso en la consciencia de
Roto. No había podido descansar bien, algo bastante común en su devenir por una
vida sin sentido, perdida entre tantas vidas, entre tantos movimientos.
“Pronto, muy pronto, mi vida
será olvidada”, como todas las demás. "La posteridad no me reserva nada,
absolutamente nada más que silencio” pensó.
Le dio cabida a su gran vicio,
a su perdición adictiva, a su ruido interior más intratable: miró las noticias
en el móvil.
Todo lo complejo parecía
simple en las voces de los que critican el devenir cotidiano. Todo era simple.
Agresores, agredidos, asesinos, muertos, ladrones, policías, intereses. Todo
muy simple. Hombres y mujeres. Con la maldad adentro y la buena intención a
flor de piel, convenciendo a otros de sumarse al enaltecimiento del Ego. Mi
ego, tu ego, su ego. “Todos luchando por un lugar bajo el sol” pensó Roto y se
adormeció en la madrugada. Su ex mujer, perdida, le había regalado un pañuelo
con esa inscripción: Perdida.
Todo lo complejo se hacía simple. Las pasiones humanas, la angustia, el miedo, el temor, la tristeza, la
alegría, la rabia. Todo resumido en un titular.
Volveremos. El programa es
este. La solución es aquella. Si hacemos tal cosa pasa tal otra. Causalidades.
Explicaciones, sin ambigüedades.
Roto intentó lavarse los dientes,
dirigirse a la salida de su precaria vivienda, corroborar como estaba el tiempo
y se encontró con esto: la realidad.
Una realidad que no empezaba
ni terminaba entre esas cuatro paredes sino que se extendía, inconmensurable, por
su interior, hasta llegar a zonas oscuras y tenebrosas .Realidad de miseria,
insolidaridad, envidia. Lo que sentía la gente, lo que sentía él por la gente.
Lo que estaba para él en el campo y era con lo que tenía que lidiar. A esta
hora era lo que tenía entre manos: miseria.
Decidió jugar con ella.
Hacerse amigo de la miseria ajena, incorporarla a su discurso. Cada vez que
hablaba con alguien se hacía eco de su dolor. Se quedaba solo. Al final siempre
iba solo por la vida.
Decidió abrir el cajón. Cargó
el arma. Fue muy sencillo, solo tuvo que encontrar un par de balas. Gatilló. El disparo
no salió. Ese tipo de armas, la Lugger 45 necesitan que el cartucho no esté en la
recámara para disparar. Es un mecanismo de seguridad. Roto se sintió seguro: “Hoy
no me mato” se dijo.
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Henar Galán