Noviembre, todos los muertos
Nada más precario que la vida. Les escribo a todos los muertos, los que se van muriendo, sin remedio. No hay mucho que escribir. De la foto del último viaje, antes de la pandemia y del desastre, solo quedan tres. Tomamos esa foto junto al lago, había viajado el pueblo del lago para verme con Marina, hacía 11 años que no hablábamos. Fue de nuevo como siempre había sido, el asado, los amigos de Tomás, el vino , la risa, el agua , el bosque de pinos, la siesta. Marina, tibia, sonriente, entregada, como si no hubiera pasado el tiempo.
Lo amaban a Tomás, cerca del lago, sus tres hijas, su esposa, sus amigos. No había sido puntero político ni nada parecido el Tío Lonzano. Era amigo del Presidente de la Nación, del Gobernador de la Provincia, del Intendente, del médico, del abogado y del notario del pequeño pueblo junto al lago. Era querido solo por su forma de ser, afable. Era amigo de todos Lonzano, el padre de mi ex. Y se murió igual. Uno siempre cree que la muerte es inmune a la bondad, pero le da igual. Cuando alguien se tiene que ir, se va.
La hablé a mi
ex mujer desde mi refugio en la Isla del Dragón. “Marina, quiero que sepas que acá
estoy” Estaba frente a la playa de las Concas, mirando como las olas furiosas
de noviembre se ensañaban con unas piedras rotas y cansadas.
Se cortó la
comunicación, Marina estaba encerrada en su dolor, agradecida, a la vez locuaz,
no pude seguir escuchando, había interferencia.
Seguí con un
mensaje de voz “Gran tipo tu padre, vivimos tantas cosas juntos, tu familia, tu
madre, los asados, el amor incondicional, un hombre bueno…” dije lo que pude,
lo que me salió y me quedé en silencio mirando otra vez las olas, salpicado de
frío, de lejanía, de dolor ajeno y propio.
Había siete
amigos en esa foto, habíamos ido con un grupo de la facultad. El Toto Carpugio, la chancha Morati, el loco Vanoli y
Sergio Regio, muertos poco después en un accidente de coche camino a Villa La
Angostura. Una ruta de mierda esa, me lo dijeron varias veces.. Una barra
indeleble, inseparable, ¿Quién no era amigo del Tío Lozano?.
Los asados en
lo de Marina, una gran familia, un mundo de amigos, todo desaparecido, no
existe más nada y ni siquiera estoy ya casado con Marina. Por suerte no tuvimos
hijos.
Los tres que
quedan no están mucho mejor que los muertos, me los encontré en Madrid hace un
par de semanas. Tomamos una cerveza en Lavapies, nos atendió una camarera
portuguesa con la cual presumimos de guapos: El gordo Vagnioli, que tiene tres bypass, le preguntó que es una
milanesa. La portuguesa, delgada, no más de 23 años, delicada y sensual, le explicó que es carne
con algo de pan rallado que se hace frita o al horno. El flaco Menganeto está
pensando en suicidio asistido porque la atrosis del duele demasiado, la miró
sensual y no dijo nada, solo sonrió. Cornelio Duarte, que tuvo un ACV y no se
acuerda de los días de la semana, le tiró un beso desde un rincón de la mesa, casi a oscuras,
tal vez soñando con que la chica lo eligiera. Y yo sentí que era conmigo la
cosa, porque los otros tres están acabados. Así es la vida, o lo que queda de
ella.
Este mismo mes
de noviembre, mes de todos los muertos, se cumplen no sé cuantos años de la
muerte de mi hermano. También me despido de él cada año.
Le pregunté a
mi madre cuando es el día, me lo recordó con precisión. Guarda los detalles de
la vida y de la muerte de Pedro como un
tesoro. No pudo hacer nada mi madre en la morgue, estuvo años intentando saber
que le pasó, por que se murió Pedro. No se demostró si fue un suicidio, si fue
una desidia médica, si fue un asesinato o si simplemente murió porque se tenía
que morir de insuficiencia respiratoria, algo que soñó como yo sueño tantas
cosas. Se hizo un pleito con el Hospital Privado, lo atendieron mal, lo dejaron
morir. Todo quedó en nada, todo se arregla con dinero o con desidia, a nadie le
importan los muertos de los demás y los propios se guardan en el recuerdo mientras
se espera el turno.
En la
madrugada, cuando me despierto porque hay algo que no me deja ser, me entero
por whatsapp, en el grupo del Belgrano, que murió anoche Nancy Requena, la madre
de mi amigo del alma.
Nancy muere
dando batalla por la vida, sin decir nada y diciéndonos a todos que se queda
para siempre. Muere en su renoleta azul, bajando de Atos Pampa, contándonos lo
mucho que quiere a sus hijos y con su voz grave y dulce nos cobija a todos.
Algo así escribo en el grupo de whatsapp, siempre tengo calidad para los
epitafios literarios. “ Siento su voz en la renoleta, bajando de Atos Pampa,
con su voz grave y dulce que nos cobija a todos” escribo y nos emocionamos
todos.
La Pandemia, la
maldita Pandemia se llevó al mejor librero de la ciudad, uno que me había
dejado presentar mis obras y las de tantos poetas malditos como él en una ciudad
que no es mía pero me aguanta. El librero y poeta, murió recitando a Baudelaire.
Lo recuerdo así al librero Nathaniel, de la librería Cuadros. Infame, inmortal.
atravesado por un rayo de deseo y rabia. Así murió, así vivió ese librero.
Muere y nace
gente todos los días. Se muere mi hermano cada día. No he podido digerir su
desaparición, eso que han pasado no sé cuantos años y acá estoy, escribiendo esta especie de
homenaje a todos los muertos y sobre todo a él, el peor muerto de todos, el que
podría haber sido yo o en realidad soy yo.
Se muere todo
el mundo, al final. Hasta la Reina de Inglaterra es posible que se muera algún
día. Mirta Legrand todavía no se murió, pero ya no puede hacer preguntas
incisivas durante la comida. La miraba durante los almuerzos con mi abuela
Lita, que está muerta hace mucho más que mi hermano, en esa época ya no retenía
bien las cosas y yo me reía de ella porque no podía embocar la sal del salero en el plato.
La muerte me
remite a una película rusa reciente que ví en Filmin: En “ La Gran Ofensiva”un escueto pelotón ruso enfrenta a los organizados y
rigurosos nazis cerca de Stalingrado en medio de la noche, de la nieve, de las alambradas, de los obuses. Cae la mitad
del pelotón en un primer ataque horroroso. Los que siguen vivos continúan con
la danza miserable de la obediencia debida al Partido, la sumisión al Comisario
que viene a controlar la pureza ideológica y la voluntad indeleble de vencer. Los
Nazis arrojan propaganda desde aviones para quebrar la moral de la fuerza,
compuesta por intelectuales, obreros, novatos y trabajadores de distintos
lugares de la madre Rusia. Un comisario del partido se ensaña con algunos para
depurar su pureza ideológica. El comandante, un tipo duro y curtido, recibe una
orden suicida de su superior, que está en una aldea cercana. Al final el
pelotón se arroja, con los que quedan vivos, que son muy poquitos, sobre otro pequeño poblado que será clave para desviar la
atención de los nazis que quieren tomar Stalingrado. Stalingrado no cae, la
guerra la ganan los rusos y lo demás es historia.
La vida puede más, o no hay otra cosa que una comedia absurda
en medio de una muerte continua mucho más fuerte y perecedera que cualquier
vida.
Si no hubiera
sido por ese comandante y por esos muertos de ese pelotón, tal vez a la guerra
la hubieran ganado los nazis y tendríamos a un heredero de Hitler en el trono
del mundo. Ahora tenemos a otros, tal vez tan torpes y estúpidos, al menos a
ese imbécil asesino no.
Noviembre, mes
de todos los muertos. ¿Quién más se murió? El jardinero de Parque Vélez
Sarsfield que estaba loco y que siempre preguntaba la hora, ese seguro que está
muerto. “Ya son las seis? “ preguntaba, se llamaba Toni. Seguro le llegó la
hora.
El turco del
almacén de mitad de cuadra que juraba que no era turco, que era armenio y que
los turcos habían exterminado a su familia también tiene que estar muerto a
esta altura
“¿Quién es
turco? ¿Usted es turco? ¿Usted es turco? Aquí nadie es turco”, decía el turco,
y nadie dejaba de decirle turco. Seguro que el Turco está muerto, que en paz
descanse.
Murieron todos
mis tíos paternos en estos últimos años, no queda ni uno. Se murieron de
viejos, de ACV, de temas cardíacos: tío
Juano, tío Ramón, tío Lisandro. Queda mi padre, que va al médico día por medio
acompañado de mi madre.
Todos los días
mi padre habla con mi hermano médico como si la ciencia pudiera salvarlo de lo
inevitable, o al menos demorarlo un poco. Yo por lo pronto me preparo para más
muertes.
No recuerdo a
todos los muertos al mismo tiempo. Los miles que se quedaron en los hospitales
encerrados con respiradores, los que no pudieron cruzar, los que mueren
congelados en los bosques de Bielorrusia esperando llegar a la Europa
prometida. Los que caen de las barcas precarias, enterrados en el Mediterráneo.
Muertes responsables o irresponsables, seguimos vivos de milagro.
Mientras la
tierra, territorio de mil desastres, se agota, mientras el hombre más rico del
mundo pronostica que viviremos saltando entre satélites y visitando la tierra
de vacaciones, mientras otro imbécil sostiene que a la vida hay que vivirla con
gafas, yo me enamoro de nuevo.
Eso sí, lo hago
de manera virtual, lo cual equivale a estar muerto. Mientras lloro los muertos
la vida me arranca otra madrugada.
Veo a mis hijos
crecer, lo cual me acerca a la muerte, también a la vida. No soy necesario, ni
he venido aquí a brillar.
Al final, somos
parte de un polvo de sal que ilumina noviembre como las rocas cansadas de la
costa.
Al final dejaremos
que las olas del tiempo nos atraviesen y nos maten, no queda otro remedio.
A la vez, es hermoso sentir esto, tan hermoso como
la mujer de la que me enamoro en una pantalla de cuarzo sintiendo que no es
real.
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