Independencia
Venerando
Soy
un gaucho malo. No me han podido corromper los personeros de Su Majestad el rey
de España. Nos han venido a ver, a mí y a mi jefe, don Martín Miguel de Güemes.
Han
venido a verme con sus capas y sus corceles, escoltados y maquillados. Me han
venido a ofrecer el oro y los privilegios de la corona, han sido generosos
conmigo en mi rancho de la quebrada. Me han ofrecido el gobierno de las
comarcas de Salta, mi tierra, a cambio
de que ordene a los gauchos al mando de
don Martín Miguel cejar con esta guerra
que no acaba sino con su derrota y rendición incondicional.
Se
han apersonado con su decir de señoritos y me han ofrecido honores. Me han prometido
que Su Majestad en persona vendría a rendirme las pleitesías y los puestos en
la frontera para cuidar los confines del Imperio.
Cuenta
conmigo mi jefe, don Martín Miguel. Cuentan conmigo esos gauchos aguerridos y
gastados, que me siguen y caen como moscas en las emboscadas en los cañadones
de Humahuaca y Purmamarca mientras ellos mueren más que nosotros. Los señoritos
saben que de ellos, de mis hombres, no se puede esperar nada, salvo la muerte
certera una noche de invierno en la quebrada de los saltos.
Soy
un gaucho que sabe pelear. Por eso vienen a verme de noche a mi rancho. Los
atiende mi gurisa, la Amanda, mujer que me ha cuidado de la noche, que me ha
puesto vendas en las heridas después de cada batalla. Ni me asomo a recibirlos.
Los atiende ella y les dice que no estoy para ellos. Así como llegan, se van.
Perdimos
hombres valerosos en el asalto a los realistas en el cañadón de abajo. Desde
Buenos Aires nos ordenaron los de la Junta que no ataquemos. Ordenaron
retirada,. Mandaron a los emisarios y no les hicimos caso. Les dimos a los
realistas con cuchillos y con rifles que nos donó el General San Martín para
agarrarlos donde no podían escapar. No se esperaban la emboscada. Perdimos a muchos, pero de ellos, no se salvó
nada ni nadie.
Me
llevé una bala en la oreja, una esquirla en el pecho. Me atendió la Amanda en
el rancho como siempre. El gaucho Santos, sus tres hijos, el endemoniado López,
el cabeza Ranquel y todos los demás que cayeron en esa jornada y no se
volvieron a levantar, merecen mi respeto.
Vienen
de lejos, a ofrecerme el oro, las exequias del rey y del gobierno de este paso
hacia el oro del Potosí y del Alto Perú, que es lo único que les importa, Para
eso les pagan a ellos, para eso son señoritos. Para que traicione a mi jefe y a
mis hombres.
Los
que me creen, los que la pelean palmo a palmo en las emboscadas saben que vamos
a vencer, son mis hermanos. Tengo tantos
hermanos, que no los puedo contar.
Ahora
me desangro, con dos balas que me han metido cuando salía de casa a la
despensa. Cruzo campo traviesa y mi sangre queda regada en el territorio del
desierto salteño que llamo mi tierra y que nadie me va a arrebatar.
Ya
no queda nadie que no los sepa en estas provincias codiciadas por la corona: me
llamo Venerando López , en un rato estoy muerto, y no me rindo ni me vendo.
Es
un gaucho terco y malo. Lo atiendo cada vez que vuelve de los peleones con los
realistas y hasta con algún gaucho suyo se las agarra a veces. Vuelve herido,
maltrecho y sin ganas de nada. Hasta que lo curo con ungüentos y con las yerbas
de mis ancestros que lo hacen más fuerte, más terco y más malo de lo que era
antes de salir.
Me
llamo Amanda y el nombre me lo ha puesto mi padrastro, que abusaba de mi
hermana y de mí en el otro rancho de Campanares. Mientras los gauchos pasaban
por ahí me tomaba y se ufanaba de tener dos esposas, mi hermana y yo. A mi
madre le pegó hasta dejarla muerta de miedo y después muerta de verdad.
Este
gaucho maldito un día me agarró de las crenchas. Dice que soy linda como Salta
y que hay que tenerme en el rancho para cuidarme. Pero en realidad yo lo cuido
a él después de cada asalto. Sobre todo ahora que se han puesto peor las cosas.
Los
señoritos han venido a buscarlo. El gaucho, ese hombre que yo admiro y que ni
me escucha ni me ve, pero está ahí para que lo atienda, ese hombre que me ha
robado la sonrisa y el cuerpo, ese hombre que es mi hombre. Yyo no soy sola, ni
soy su mujer eso también lo sé, ese hombre dice que me cuida. Y yo sé que él lo
que quiere es cuidarnos a todos en estas comarcas en las que no hay ni ruido ni
eco, solo silencio y sol a la tarde. Acá solo hay plantas que conocemos algunas
para curar y yo sé como hacer que esos sablazos y esas balas que lo rozan se
sequen con ungüentos.
Un
día le picó una serpiente y me pareció que era señal de algo malo. Le saqué el
veneno y le puse la pócima de mi abuela coya, él sabe que sin eso no se salva.
Los que se enfrentan con los realistas en los cañadones y los que vuelven
degollados o se quedan ahí tirados saben que van a morir pronto.
Los
gauchos le creen a mi hombre, este gaucho mártir que dice que esto un día se
termina y que se termina con la independencia o con la muerte.
Yo
podría ser la dama de un gobernador. Podría irme a Buenos Aires, donde me llevó
una vez para mostrarme como viven los de la Junta Sé que lo quieren matar y también lo quieren
vivo los de la realeza. Y algunos de la Junta también le han echado el mal de
ojos porque saben que vence.
Venerando
López es mi gaucho, yo no soy sola
porque lo he vista con la india Remedios y con la Cachimba después que se
emborracha en los linderos de Cafayate. Este gaucho malo no es mío ni es de
nadie.
Ahora
el pobre se va para la taverna dejando ese rastro de sangre, porque le han
pegado dos balazos en la espalda y no lo salva ni Dios ni el Rey de España, ni
la Junta de Buenos Aires. No lo salva nadie al gaucho atravesado este, ni
siquiera sus hombres, ni las chinas con las que ha estado.
No
me escucha y no me quiere como yo lo quiero: vivo. Se va en sangre. Lo sigo y
lo veo caer del caballo a pocos pasos del rancho y de la taverna.
Es
cierto lo que siempre me decía después que lo curaba y que hacíamos cosas para
ser hombre y mujer: se muere y nadie lo ha vencido ni lo va a vencer nunca.
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