El mensaje secreto
Cuando
llegamos al hangar los monitores nos vendaron los ojos, a todos los integrantes
del grupo, que fuimos puntuales. Conté cuantos éramos antes de que nos
introdujeran con los ojos vendados en la furgoneta. “Este es un espacio de
contención” insistían los monitores “la venda es solo una medida profiláctica”
Mientras se me aparecía la imagen de un pelotón de fusilamiento vendando a los
presos antes de dejarlos clavados en una pared, intentaba descifrar lo que
significaba la expresión “medida profiláctica”. Las penas por contravenir las
órdenes de la Autoridad Sanitaria en relación a la Pandemia eran severas:
Aislamiento perentorio, multas de hasta 500.000€, encierros “voluntarios”,
castración química e incluso penas en el Gulag de hasta veinte años o de por
vida. Por eso, durante la primera reunión del grupo, vía zoom, el Gurú había
sido tan claro “ No se pueden contravenir las órdenes de los monitores durante
el trayecto y en la llegada.”
La
sensación de frío se instaló luego de varias curvas. No habíamos emitido una sola palabra. Había
una lista de objetos que no podíamos traer: cuchillos, mantas, armas de fuego,
comida o elementos personales. “Es un trayecto corto hasta la Punxa” nos
informaban en el instructivo inicial. “Será un largo día de aprendizajes”
remataba el documento. La confianza y la serenidad, tal y como habíamos
aprendido en las clases on line, iban a hacerlo llevadero.
En
a ronda inicial me iban a pedir definir en una palabra lo que sentía. Iba a
decir “preparado”. E frío se me adentraba en el alma a medida que las curvas se
hacían más pronunciadas. Llevábamos tres horas de viaje, nadie había dicho
nada. “No nos están llevando a la Punxa” pensé. No sabía si murmurarlo en voz
baja. Me resultó imposible delinear los
rostros que me rodeaban. No los había visto en persona, solo en las pequeñas
pantallas de zoom. El vehículo se movía. Era peor el mareo que el frío. Ciertos
recuerdos de la dictadura de Videla, viajes de la muerte, me sumían aún más en
ese silencio macabro. Por un instante pensé en quitarme la venda, ver donde
estaba, preguntarles a los monitores que significaba ese viaje. Llegué a
planear un ataque a los conductores de la furgoneta para alterar el rumbo. Intenté
recordar el nombre de mis compañeros y compañeras. Nos habíamos visto dos veces
por zoom, en la sesión inicial. Luego se convocó a esa charla logística con los
monitores y el Gurú. Solo recordaba el nombre de López, que había aclarado lo
del tubo. “Si me quedo sin oxígeno no hay nada que puedan hacer” manifestó en
la primera sesión grupal. Ni siquiera él se quejaba.
Por
el olor a acacias y la falta de aire, me dí cuenta que estábamos en el Pirineo.
Para pasar el tiempo ensayé el discurso inicial, “breve” como pedían los
monitores “reflejando tu estado interior profundo” como manifestaba el Gurú.
El
ruido del motor de la furgoneta que bajaba la montaña, dejó solo el eco de los
pájaros ateridos en medio de nuestro silencio. A medida que pasaban las horas,
sentía que la noche se adentraba. Me entregué a esa sensación de desamparo, de
soledad, de frío, para describirla en la sesión grupal.
“¿No era una actividad grupal”? Pensé, cuando sentí que mis compañeros se habían desvanecido. A duras penas percibía la respiración agitada y la tos aguda, cada vez más inútil, de López. Mis pies hundidos en la nieve se congelaban, dedo por dedo. El hielo subía por mi cuerpo mojado por la nieve que empezó a caer. Cuando dije basta, ya era incapaz de reaccionar.
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