La voz de Zorba
A medida que avanza
la madrugada, me doy cuenta. Soy yo. Estoy solo. Soy mi principal enemigo.
Son ellas, dice
Zorba el Griego, las que me quitan el sueño, la paz, también las que me
estimulan a vivir del todo, a acercarme a besarlas. Benditas mujeres dice Zorba,
las cuenta de a miles, recoge sus cabellos como si fuesen trofeos.
Pero no son
ellas, no. Soy yo. Deambulo insomne por caminos y recorridos extraños.
Desterrado del olvido, desterrado del sueño. Un insomne eutanásico a punto de
fenecer en su propia maquinaria.
Porque somos
eso, máquinas insomnes que nos desplazamos cuando el mundo, todo el planeta, la
pandemia, los gobiernos, los ciudadanos, las calzadas y los edificios públicos,
todos nos están pidiendo que nos calmemos.
Soy yo, no
estoy listo para enfrentar esto: el caos, las calles cortadas, los niños
saliendo de la Alianza Francesa, el Monasterio de Pedralbes con las monjas de
clausura encerradas, confinadas. No estoy listo para el desastre urbano de
Barcelona, ni para su belleza y soledad mediterránea. No estoy listo para ser
Zorba el griego, no huyo en barco ni me refugio en la miel suave y espesa de
una mujer que me espera en cada puerto del taxi marino.
No estoy preparado
para esta soledad cósmica. Para esta existencia vana y a la vez plena de
oportunidad, sentido y dirección. No estoy preparado para asumir la
contradicción, para ir en muchos sentidos al mismo tiempo.
No estoy
preparado para esta consciencia, para ver que puedo hacer por mí mismo por el
otro, por no fenecer ni sucumbir en el desastre cotidiano.
Soy yo, mi
principal enemigo. Ni la ciudad, ni el monasterio ni el dolor eterno, soy yo.
Caigo y caigo como si estuviera muerto pero no lo estoy. No puedo dormir en
esta enfermedad que me carcome el alma y a la vez soy un resplandor, brillo en
la noche de los tiempos y me despierto una y otra vez a mí mismo en la madrugada.
Vencerme, ese
es el desafío. ¿Para qué?Para no fenecer. Contradicción, si fenezco no tengo
que luchar o si lucho no dejo de fenecer.
Alguien me
puede indicar, como al Sr López, ¿dónde está la puerta? Donde está ella, la
diosa, la afrodita de la que beberé la sal y el sentido de esta existencia de
deseo y caricias.¿ Alguien puede decirme como hago para dejar de desplazarme,
todo el tiempo?
Tal vez el
secreto es este: Quedate quieto.
Quedate quieto
y escuchá esa voz que no es de ella, ni tuya, ni de Zorba, es tuya. Es mi voz.
Mi enemigo. La misma que me puede salvar.
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