La leyenda

 



Quiero inventar, Diego, un mundo de perdedores. Un mundo donde no importen las copas del mundo, ni los goles pasados, ni las gambetas ni a cuantos defensores implacables dejamos en el camino. 

Un mundo como el tuyo, en el que del principio al final, perdemos siempre. Y al perder, al estar ahí en la lona, noqueados por la vida una y otra vez, fracasados hasta más no poder, que podamos sonreír por haberle hecho trampa a los tramposos. 

Quiero inventar un mundo donde no existan los bancos, ni las ambulancias, ni los funcionarios públicos, ni los policías de ningún color, ni las banderas, ni los barcos a la deriva con inmigrantes desesperados, ni los muros ni las alambradas electrificadas. Quiero inventar un mundo en el que no expulsen a los desahuciados por no ser suficientemente deportivos. Por no saber jugar con las reglas. 

Es tan triste que tengamos que partir, tan triste y tan hermoso al mismo tiempo. Es tan hermoso que nos hayas acompañado siempre, no desde el triunfo, la victoria y la gambeta sino desde esa humanidad perdedora y absurda. 

En la vida, como en el fútbol, no existen las ofensivas infalibles ni las tácticas brillantes. No existe el decir voy a ganar y gano, voy a hacer esto y asumo un riesgo pero sé lo que va a pasar. El fútbol es impredecible, pero la vida es peor. La vida nos engaña y al final, siempre, nos termina degenerando, matando cobardemente y dejándonos en nuestro lugar de siempre, el polvo maléfico.

Será que signaste mi infancia, mi temprana adolescencia. En el  sub19 en Japón, jugaste con la selección argentina por primera vez. Recuerdo cada jugada como si hubiese sido la primera o la última. No  puedo retener exactamente el movimiento ni la gracia de pasar por ahí y por allá, de ir y venir de jugar y volver a levantarte. No era eso. Eras implacable, eras un ganador. 

Perdías en cada jugada y cada hazaña, cada proeza, te acercaba un poco más a esto que nos aqueja a todos: la muerte. 

Quiero inventar un mundo sin muertos, un mundo de jugadas infalibles, en el que lo importante no sea lo que soñamos que puede ser o lo que jamás logramos por simple falta de mérito, sino lo que realmente somos: un puñado de polvo en el viento del universo a merced de un misterio inextricable. 

Un misterio tan hondo y absurdo como tu existencia y tu desaparición Diego Armando Maradona, hermano de todos los que te seguimos y te esperamos al otro lado del mundo que tenemos. 


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