La Guerra de los Mundos









Es como si no lo hubiésemos sabido. Como si no entendiéramos que existen dos mundos, o más, posibles.
Que existimos en el extremo de un equilibrio tan precario, que nos caemos. Es como si no hubiéramos contado nunca lo muertos. Y esto no es nuevo. La libertad, esa tan vilipendiada esperanza universal nos esquiva como si no fuera parte de una responsabilidad que va mucho más allá del encierro.
Hoy, es como si hubiésemos interpretado un mensaje cifrado, pero aún no lo terminamos de apresar. Es como si nunca nos lo hubieran dicho.
Existen dos mundos. El de ellos y el nuestro. El mundo se ha partido, como una manzana, por la mitad. Hemos depositado, en ellos, todo el poder, toda la amenaza, toda la solución.
Y nos hemos olvidado de nosotros. Nos hemos olvidado de salvarnos y de todos los mensajes que escuchamos, que queríamos dar y que no dimos.
Es como si hubiese habido un silencio que no recorrimos, un diálogo que no establecimos, una maldad que no objetamos.
Y ahora estamos aquí, a merced de un pequeño elemento perturbador, no tanto la amenaza de enfermedad muerte y caos, sino nuestra propia amenaza, interior. El tremendo miedo a ser libres, a ejercer lo que necesitamos, a resolver nuestros problemas. A cuidarnos entre todos.
Sí, lo hemos perdido. No hay señal ni cobertura. El mensaje estaba ahí, en el polvo de la mañana, asomando a la luz transversal del sol y hoy vuelve con fuerza: La salida está adentro.

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