Permanecemos, hermano Pedro



Cosmonauta implacable, me surge la duda:
¿No tuviste una claridad premonitoria al visitarnos, enseñarnos algo y marcharte a la luna o más lejos?.
Todos los muertos se preguntan lo mismo.

El Flaco Spinetta, volando con el capitán Beto, el viejo Baumann elucubrando en medio de la liquidez, el sabio Canetti sobreviviente de la masa estupidizada y abyecta , el implacable Galeano, desnudando las venas abiertas de los miserables conquistadores. El profundo Leonard Cohen, buceando en la belleza de los espíritus implacables.  El cabezón Cortázar jugando entre las letras y colando lo increíble en el seno de lo supuestamente real, el inmanente Borges, entrando en el laberinto, sin encontrar la salida. En la nada más absoluta, entre las elucubraciones del viejo Sartre, pariente de Heidegger el nazi y de Nietzsche el elefante blanco, aparece la más intensa de las dialécticas posibles. Una dialéctica más pura que la de Hegel y más simple aún que la de Marx: la dialéctica de la música del azar. 

Contame, como lo ves. ¿Valió la pena este camino tan tortuoso. ¿ Estuvo bien lanzar  el día D con todos sus muertos, en una tarde de tormenta sobre el Atlántico Norte?

Ahora que vas por ahí navegando, contame ¿Se puede escribir algo con sentido, después de Auschwitz y las fosas comunes en los bosques de Lituania y Ucrania?. ¿Se puede permanecer quieto y estoico después del horror más absoluto que especie alguna haya inventado? ¿Qué fue lo que perdimos para llegar a esta civilización tenue que desvanece como el agua en el desierto?

Lo hemos logrado, otra vez. Se ha llegado a la sociedad perfecta, a la infelicidad absoluta de los individuos, a la productividad inmaculada del libre cambio, a la adoración al bien material y a la absoluta discriminación y exclusión del débil.

Lo hemos logrado, se ha gestionado muy bien la tierra, el sol, el agua, la vida hasta reventar cada mínimo rincón de belleza. Todas las apuestas se han perdido. Solo quedan los magos, los malabaristas, los supervivientes.

Es una verdadera hazaña y estamos orgullosos de declarar hacia el Levante, la Tramuntana, el Garbí nuestra victoria sobre los elementos.
Hay  mil ríos que se desbordan, lo clásicos de todos los tiempos del fútbol se suspenden por una violencia descontrolada, hay inmigrantes que saltan vallas para quedar atrapados en territorio de nadie. Los gobiernos manipulan hasta hartar a los incautos. Pero no importa, aquí estamos, hemos vencido otra vez.  
Los muertos nos lo preguntan y vos entre ellos, hermano Pedro: ¿Cómo hace para brotar una hoja en el otoño, cómo puede la lluvia de invierno pegar en la ventana de un tren sin rumbo para que nos levantemos y veamos el horizonte? 

Los muertos nos acusan. Se opacan todas las noches y caen los plásticos en el mismo río de basura. El fondo del mar no resiste más petróleo, las vacas y los cerdos  miran agónicos como clonamos, exprimimos, matamos.
Las pantallas nos guían para saber lo que hay para escuchar, para leer, para pensar. Los coches   vuelan, los animales caminan hacia el matadero, algunos con dos y otros con seis patas, los humanos ya son inmortales gracias a que en China ha nacido la primera réplica de ADN con forma humana. Las sondas interplanetarias han salido de paseo, privatizadas para que los ricos huyan cuando ya no que de nada. Los robots ya lo hacen todo, hasta el sexo y la pasión están digitalizados. Ya están esos seres artificales en nuestras vidas, viviendo por nosotros,  como si siempre hubiese sido así. La tierra prometida, tan prometida que ya parece un discurso político más, se ha desvanecido y a la vez la sentimos virtualmente como si fuese un placebo administrado por el mismísimo Aldous Huxley. Es un mundo feliz.

Hermano Pedro, desde tu espacio cósmico que compartís con el Flaco Spinetta y el Capitán Beto,  y con el oscuro y bello Leonard Cohen, debes verlo más claro .
Te escucho, tenés razón: 
En el deseo nublado, en la oscuridad elegida, en la realidad abominable de la destrucción hay una correspondencia, una verdad opaca: estamos para irnos.
Nos quedamos, estoicos, para extinguirnos.
Eros y tanatos se combinan en la decadencia y en el crecimiento, en la supervivencia y en el hastío. Estamos exhaustos de tanto nacer, de tanto vivir y de tanto morir en el intento.


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