La obesidad mórbida de Occidente
Oriente
fagocita lo que queda de un Occidente agónico gracias a un déficit de balanza
comercial que no para de crecer. Frente a la retracción de EEUU y Europa, China
crece exponencialmente. La demanda de indumentaria y alimentos a bajo costo es
un factor clave en la decadencia de occidente. EL PBI de Occidente no puede ser
de más del 2 %, por el desastre ecológico y la colosal deuda pública de regiones
que ya no podrán pagar sus obligaciones pendientes. La producción de Occidente se
ha trasladado a factorías asiáticas en las que los esclavos absorben la
plusvalía de los costos de producción. La ruta de la seda se revitaliza, Europa
pronto será solo un apéndice de Asia.
Como
en un cuadro de Botero, el sol implacable cae sobre las carnes relajadas y las
inflexiones plegadas de piel rozagante. A pesar de habernos liberado de la
opresión de las prendas en la liviandad del calor estival, seguimos atrapados
en la grasa que cuelga de nuestros huesos. Los alimentos procesados han hecho
su trabajo. Cae la tarde sobre el paisaje de cuerpos desproporcionados y
grotescos. Por suerte agosto termina y esta percepción da paso a una nueva
metamorfosis.
En
setiembre se regresa el homo faber. El vademécum y el desenfreno de los cuerpos
desnudos vuelve a encauzarse en una percepción ordenada. Bien presentados y con
nuestras vidas en orden, nos convertimos en hormigas al servicio del aumento
del PBI de Occidente. Nos exigen que recuperemos el tiempo perdido y seamos
productivos de maneras cada vez más
desmesuradas, en nombre del amo del Capital. Pero es inútil este esfuerzo de hombres y
mujeres calzados con la última moda de Zara. El PBI no alcanzará jamás el
crecimiento exponencial del 7 % de los chinos. Se quedará en un 1,5 %, El
déficit comercial y la deuda pública seguirán creciendo exponencialmente. Los industriales chinos
y los bancos se quedarán con todo. En octubre la guerra comercial estará perdida.
Obreros
que nunca verán sus cuerpos rendidos a la bondad del verano como nosotros, trabajan día y noche para
vestirnos. Su opresión es el factor clave para el desbalance de la balanza
comercial que acabará con el mundo tal y como lo conocemos. Nuestra adicción a
lo barato y a la comida basura hacen el resto. Las factorías de producción de
alimentos no paran de procesar basura adictiva, componentes que hacen las
delicias de nuestro paladar, elementos de fácil almacenamiento y rápida
preparación que nos llenan de colesterol letal, elementos cancerígenos, grasa e
hidratos de carbono que no terminamos de digerir nunca.
Como cuando cayó
Constantinopla, Occidente está perdido. Esta
vez no son los otomanos con cañones los que hacen caer las murallas de los
últimos bastiones. Como una condena
inconsciente, es nuestra propia adicción a lo barato y fácil lo que nos hace caer
en las garras de un destino de intrascendencia. Una noche que puede llegar a
ser más larga e improductiva que los quince siglos de Edad Media.
Bajo
las telas transportadas a través de la antigua ruta de la seda intentamos
ocultar la grasa que se acumula en nuestros cuerpos hasta el próximo verano. Con
nuestra demanda interminable de cosas baratas y nuestra productividad estéril,
alimentamos los bolsillos de los explotadores, los especuladores y los financistas.
Ellos se quedan con la plusvalía de todo lo que se produce en Occidente y
Oriente, mientras nos quejamos de los inmigrantes y nos imaginamos que aún son
posibles las Naciones.
El
próximo agosto, nos miraremos desnudos en la arena, rendidos bajo el peso del
descontrol alimentario y productivo. Nuestra grasa será más evidente. Y tampoco existirá todo el dinero que debíamos producir para detener la decadencia de Oriente y
Occidente.
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