Las aguas avanzan
Ni
siquiera en los Países Bajos, donde durante siglos se ha vencido y se han
aliado las fuerzas de la naturaleza con las del hombre para hacer de los
terrenos inundables un espacio habitable, se sabe el desenlace de esta lucha
desigual y caótica contra el cambio climático. Los agricultores lo dicen, esto
no es normal. Tampoco es normal que un coche vuele, que un avión liviano
atraviese en 17 horas el espacio entre Sidney y Londres con 200 pasajeros a
bordo, no es normal que estemos todos conectados en tiempo real, que no haya
epidemias ni plagas, ni mayor amenaza que la de los muros infranqueables que
nos separan. No es normal que todos pensemos igual. Como decía Heráclito, lo
único estable es el cambio, pero ni siquiera el cambio adquiere una dimensión
natural en los ciclos alterados, en los paisajes derruidos y reconstruidos en Nueva
Orleans, en Nueva York o en las estepas argentinas donde no quedará nada más
que inmundicia cuando las aguas bajen. Pro las aguas no bajarán.
Somos
nosotros, los que habitamos costas paradisíacas y manglares plenos de vida, espacios
vulnerables y alterados en su esencia, los que tenemos que retirarnos al
desierto. Al desierto de nuestras propias vulnerabilidades. De nuestros odios ancestrales.
De nuestro miedo al diferente. El desborde de las aguas es solo un espejo de lo
que nos ha pasado como especie: No hemos sabido controlar la enorme fuerza espiritual
y racional del Sapiens. De las miles de creencias que nos unen y separan, no
existe la que nos salva, ni existe el dilema de la verdad en nuestro interior
para bien nuestro y de los demás.
Ese
concepto tan arcaico, el de verdad, en el mundo de post verdades y post
mentiras solo nos deja una pregunta: cuando vendrá el próximo cataclismo a
quitarnos el amable sueño de la zona de confort.
Las
viejas paredes del ártico se convierten en agua caliente que eleva los mares. Los
cielos se oscurecen con la perspectiva de tener que huir de espacios desiertos,
inundados, sobre calentados y polucionados de plástico. Los mares son irrecuperables.
Hay tanto material sintético en el fondo que todos los eco sistemas están
dañados. En esos mismos mares en los que algunos voluntarios tratan de salvar
la vida de los que cruzan en barco, desesperados, para encontrar una
oportunidad de supervivencia en tierras de sobreabundancia de vivienda, comida,
saludo y educación. Esos refugiados que mueren, vienen de lugares donde el
desierto gana, donde el agua arrasa, donde el hombre como lobo del hombre se lleva
los vestigios de solidaridad tribal. El lobo se lleva el escaso superávit para dárselo a una multinacional que
le dará trabajo esclavo a las mujeres y a los niños que sobrevivan.
En
Europa se cuecen esperanzas en redenciones identitarias. Se plantean revanchas frente
a extranjeros que amenazan. En América las ciudades sucumben en su propia
miseria. En todas partes hay cada vez con más mendigos despojados de su más
elemental derecho. Heroinómanos suicidas, grupúsculos neo nazis y asesinatos en
masa conviven con millonarios que si tuvieran cinco vidas y ocho generaciones
por delante no sabrían que hacer con tanta codicia estéril.
Este
es un mundo que le da la espalda a la naturaleza y a la naturaleza humana, para
ahondar en las razones del supremacismo y de la intolerancia. Sobre ese mundo,
como en el primer Diluvio Universal, avanza el agua.
Ni
siquiera los holandeses, expertos en hacer de la adversidad un amigo, saben ya
que hacer con tanto manglar inundado y abandonado a su suerte por la gran
desidia universal del capitalismo salvaje que ellos mismos inventaron hace
cuatro siglos.
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