Elogio de la razón pura


                                        

Es tan fácil desoír las voces de la razón y de la empatía y sumergirse en el delirio emocional. Es tan fácil arrastrarse detrás de las consignas, integrarse con simpatizantes, embriagarse de discursos enaltecedores de una condición, victimistas y arraigados en una memoria de sufrimiento.
Es tan difícil volver sobre lo esencial. Fijarse en lo que hay al costado, en lo que se está consumiendo como un pedazo de barro castigado por la locura y el caos. Es tan fácil dar un golpe de efecto, tan difícil agazaparse en la propia incertidumbre, vivir la propia soledad como una condena y sumergirse en el olvido como una pequeña cucaracha superviviente a mil demonios.
No existe la solución. Ni está a un lado, con esos cánticos románticos y esas sirenas aullando al ritmo de las cacerolas. Con esas banderas desplegadas como si fueran símbolos de una supremacía y de un derecho pisoteado. Con esos presos ahogados en sus propias paradojas. Con esos acuerdos imposibles plagados de líneas rojas. La verdad tampoco está del lado de los absolutistas, de los integristas de mano dura que esperan su ocasión para acallar y golpear al adversario. Que hacen silencio y cuando se les da la ocasión simplemente gatillan y disparan. No es solución el enfrentamiento. No es solución la guerra.
Son tiempos de revueltas sin contenido, sin verdadero espíritu de sacrificio, revueltas cosméticas de personajes indignados que exhiben banderas y caretas como si fuesen sus verdades incontrastables. Son tiempos de respuestas xenófobas de todo signo, de violencia infinita en la postura, en la palabra, en el gesto y en la separación indolente. Son tiempos de falta de empatía, con el extranjero, el débil, el diferente.
 Otra vez, como a principios del siglo XX, las Naciones, los Völker humillados se transforman en  rabiosos y ordenados manifestantes. Los padres les inculcan precariedad a sus hijos, ya no material, si no moral e intelectual. No se reconoce al otro como integridad. El narcisismo parece infinito, compartido y hereditario.  
La razón está devaluada, denigrada por mil emociones, apaleada por la manipulación del método. Por la sinrazón del delirio. La razón pura, subyacente a una ética universal, geométrica como expresaba Spinoza, ha sido subyugada por la ilusión pura. Se ha renunciado a la ética orientativa y a la vez subjetiva, pero basada en aprendizajes y preceptos morales acuñados por la especie en su devenir evolutivo.
En tiempos de espanto y espantapájaros, es necesario regresar. Construir una sociedad no es solo declamar y ser patriotero en el sentido más localista y xenófobo, sino que es construir desde adentro una razón y un sentido. Con personas aisladas en sus espíritus de clan, sumidas en fárragos idealistas cuyo eje es la mezquindad, aunque sea colectiva, no hay avance posible. Solo hay regreso  a la caverna profunda, a la peor de las miserias: la miseria moral y espiritual.

En estos tiempos, más que nunca, es necesario regresar del delirio a la razón pura. Volver desde la emoción al método. Desde la comunión irracional a la reflexión. Del odio y el martirio al respeto y el diálogo. Del fuego del avance irreflexivo colectivo a una soledad compartida genuina. Es necesario que seres humanos de todas las condiciones y de todos los rincones, extranjeros y locales, visitantes y socios, amigos y camaradas, concubinos y esposos, se pongan de acuerdo. Es necesario detenerse, abrazar la angustia y desde ahí, solo desde ese silencio, volver a construir una convivencia mil veces dañada. Una convivencia ética, razonable, empática y creativa.

 

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