Un nuevo diccionario
Los
babilonios que inventaron la escritura y los arameos que acuniaron los números
para contar las piezas de ganado se han quedado cortos. Los que inventaron la
libre economía de mercado y las grandes ideologías, que no dejan de ser
sistemas cerrados hiper codificados, han quedado obsoletos. La crisis es tan profunda, que hasta el código que indica que si un semáforo es
rojo no ha de pasarse, que si hay una línea discontinua se puede adelantar, que
si un peatón cruza la senda peatonal el vehículo se detiene, podría estar cuestionado.
Podríamos tolerar una sucesión discontinua de bicicletas y un
movimiento caótico de vehículos en una senda no delimitada. Posiblemente no
pasaría nada, o sería un desastre. Eso dependerá de la responsabilidad de los
que participen del experimento. Si la responsabilidad es infinita, el orden
será absoluto, si la irresponsabilidad es absoluta, nos encontraremos con un desastre
completo, caos destrucción y muerte.
¿Qué
es mejor? ¿Orden codificación, normas claras y gente obediente? ¿O
autodeterminación independencia, autonomía individual y colectiva, lazos leves
y posibilidades de decisión en función de los órdenes internos y las pautas
flexibles y adaptables en función de la solidaridad? La respuesta es: depende.
Depende del grado de responsabilidad
Ya no está en cuestión el término democracia.
Ni el término libertad. Ni el término paz. Lo que está en cuestión es la
capacidad de esos términos para definir situaciones reales. Tal vez necesitamos
nuevos términos para nuevas situaciones, o términos adaptables a nueva
situaciones. Términos capaces de mutar y aprender, como si fuesen entes vivos y
en evolución. Si democracia es el
gobierno de las mayorías y las mayorías eligen líderes que los llevan al
autoritarismo y la xenofobia, al replanteo de las estructuras de
funcionamiento, entonces el sistema se auto fagocita y se destruye. Si
democracia significa inclusión y potenciación de las capacidades creativas de
cada persona independiente de su origen, sexo, lugar de nacimiento o color de
piel, entonces esto no es una democracia. Si democracia significa
autodeterminación de un pueblo, entonces habrá que definir primero que es un
pueblo. Si es una entidad autónoma con una comunidad cultural o si es un grupo
de personas abierto que se redefine de manera permanente en su relación con lo
externo y se alimenta y se enriquece en una interacción ecológica con el
conjunto de la humanidad.
Si libertad es hacer lo que se quiera y un sistema
legal que proteja al hombre como lobo del hombre, entonces habrá que limitar a
los que se abusan de sus semejantes para su propio provecho. Si paz es ausencia
de guerra entonces habrá que ver si la guerra no se produce por una profunda
injusticia que subyace en un contrato injusto y que en realidad es tal o deja
de serlo por la misma injusticia en la que se arraiga.
En un momento de profundo cambio de la especie sapiens, no hace falta solo un nuevo código, un nuevo contrato, un nuevo esquema de relaciones. El pensamiento crítico, llevado a sus últimas consecuencias, reclama nuevas palabras, nuevas definiciones. Un nuevo idioma en definitiva. Que atraviese barreras y fronteras y que permita definir de alguna manera lo que nos está pasando
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