De la utopía a la responsabilidad, perro semihundido

Perro semihundido, Francisco de Goya

Avanzamos, o retrocedemos desde la distopía absoluta a la utopía absoluta. Revivimos el trauma del siglo XX, una revitalización de unas utopías desempolvadas en el fragor de la desesperación.
La liberación de los derechos de Mi Lucha de Hitler en Baviera, coincide con el ascenso de Trump de la mano del Ku Klux Klan y con el Brexit que pone en duda la integración europea y el avance del discurso nacionalista y xenófobo en Europa.  
Ciudades y ciudadanos inteligentes están interconectados en una red que libera las fuerzas de la creatividad, las esperanzas de vida, la potenciación de los elementos individuales y comunitarios. Las redes tecnológicas ponen en evidencia la potencia del concepto de comunidad. En su mejor expresión, las comunidades se abren a la capacidad de adaptación de la especie. La utopía de la autogestión nos pone en un sitio de enormes posibilidades, desde la creatividad y la imaginación.  Podemos, como nunca antes,  resolver  problemas ecológicos, ayudar a los débiles, derribar cualquier frontera de conocimiento, cualquier frontera física, desprendernos del apego tribal. La desigualdad puede ser pulverizada por el conocimiento y por la inercia de nuevas formas de expresión y creatividad individual y colectiva.
Al mismo tiempo  retrocedemos a formas arcaicas de ver el mundo desde un tribalismo en el cual solo los iguales tienen derechos y los diferentes son excluidos. Los cinturones industriales han sido devastados por la irrupción de nuevas formas de hacer negocios.  Los núcleos urbanos y rurales han quedado aislados y sumergidos en la ignorancia y la pobreza. Los sobrevivientes no aspiran a auto gestionarse. Solo se reflejan en elites de las que han sido excluidos, elites que se consideran depositarias de un poder incuestionable. El manto corporativo e impersonal de sociedades anónimas en las que nadie es responsable de nada somete a los individuos a poderes inexpugnables, de los que no se siente parte,  pero que venera y respeta. Por eso, estos núcleos excluidos regresan a formulaciones  filosóficas y políticas pre industriales.


Retrato de Fernando VII, Francisco de Goya.

 El nacionalismo cumplió una función vital en el siglo XIX.  Goya lo manifiesta en sus estampas de fusilados y personas aterrorizadas que emergen de la oscuridad. Un perro aislado surge en medio de la devastación contemplando la nada. Luego de la Revolución Francesa, basada en el Nuevo Contrato Social de Rousseau y en la Revolución Norteamericana, que encarna los ideales del libre comercio, el nacionalismo aglutina a las tribus burguesas en torno a una idea ,más que a un líder. La caricaturización que hace Goya del Rey Fernando VII es emblemática. Los reyes pierden importancia. Estamos frente a una idea central que aglutina a la población para sacarla de la ignorancia, de la abulia resignada y le otorga un sentido a la historia.
La gran tragedia de las dos guerras mundiales en el siglo XX y el auge de la filosofía existencialista que es su contracara, pulverizan esa noción. Las naciones que compiten para imponer su superioridad y las grandes ideologías se derrumban, asoladas por el aura de muerte y devastación que desatan para imponerse. La pesadilla  de la igualdad se desintegra con la caída del muro de Berlín.  Con la crisis  financiera del 2008  también se desintegra un liberalismo financiero  basado en la mentira de que a partir de la auto regulación es posible establecer un sistema que satisfaga las necesidades de todos.
El capitalismo, con su prerrogativa de crecimiento indefinido, ha dejado un planeta devastado, una concentración de la riqueza en el 1 % de la población y está produciendo la extinción masiva de especies. En el mejor momento, como en esas fiestas en las que uno se divierte pero sabe que tiene que marchar, hay que ponerle un freno a todo. Urge replantear, desde el punto de vista filosófico y material, toda la cadena de relaciones entre los hombres y con la naturaleza.
Las utopías realizadas se convierten en pesadillas. Incluso cuando el sapiens inventó el fuego generó más destrucción que en cualquier momento anterior. Pero a la vez produjo la oportunidad de avance más espectacular de su historia. Hasta aquí llegamos. En el siglo XIX, no estaba en juego todo. Nunca antes había sido tan vital encontrar una nave espacial que nos aleje del infierno en el que se convierte la tierra, o revertir una situación de devastación natural que parece irreversible. Nunca antes había estado tan cerca la posibilidad de convertir unas ideas radicales y sin matices en una pesadilla: Un grupo quiere  controlar todos los recursos y pensamientos y excluir a los diferentes. Tampoco nunca estuvo tan cerca la posibilidad de avanzar  hacia le autogestión comunitaria anárquica, respetuosa de las costumbres y las tradiciones de cada pueblo con su arraigo. Nunca fue tan fácil  generar una interconexión comunitaria en la cual los derechos y las obligaciones estén balanceados por un acceso al conocimiento y la cultura que permita el desarrollo de las fuerzas creativas de las personas y de las comunidades.
El mensaje de las urnas en las potencias anglosajonas ha sido claro y refleja el advenimiento del nazismo en Hungría y Polonia, el crecimiento de los grupos neo nazis e Alemania, Austria y Francia: el odio y el supremacismo racial blanco corporativo quieren imponerse. Ese mensaje no es una simple equivocación de gente ignorante que cree que  Trump,  el Brexit los salvarán de la amenaza externa de extranjeros. Esos votantes y esos líderes se han lanzado a reencontrar una utopía perdida, tan válida y tan de pesadilla como cualquier otra: quieren recuperar el valor de su esfuerzo, quieren reconstituir sus lazos, quieren recuperarse de sus propias adicciones y quieren expulsar todo aquello que creen culpable de su deriva filosófica y material.
Cuando finalmente el ruido se acalle. Cuando se recapacite y se perciba que no existen ni los atajos ni la magia de los chamanes milagrosos. Que los gritos del jefe de la tribu no vencen al verdadero enemigo, que es el miedo que cada uno tiene de auto gestionar su angustia. Cuando se vea la oportunidad de  extender el alma a la naturaleza de manera ecológica y solidaria. Tal vez cuando la recuperada  ilusión se derrumbe del todo,  se aprenda a vivir sin esperanza, como decía Sartre. Entonces tal vez se avance. no desde la distopía a la utopía, sino desde la inconsciencia y el miedo a la conciencia y la responsabilidad. 

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