La plaga


Las vacas, los pollos y los cerdos se deprimían y morían asesinados con la mirada perdida. Los arrecifes de coral se convirtieron en desiertos bajo el agua inundada de aceite de las factorías. Los campos se secaron, el clima se alteró.

Los adictos elegían a la carta la sensación preferida antes de morir. Los compuestos químicos dejaban la boca seca y el estómago infectado. Al día siguiente los hinchados y ansiosos comensales volvían a pedir lo mismo. Se comían su droga en banquetas estrechas, en mesas de cuatro, en bares que de tanto frecuentarse parecían un hogar.

Ni los comerciantes que promovieron la plaga criando animales y montando cadenas de bares, ni los sepultureros que no daban abasto con la cantidad de muertos pudieron sustraerse. Cuando murió el último comensal después de comer una hamburguesa, la civilización se consideró extinguida. 

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