Noche complicada en Baltimore
Se
desafía el toque de queda. Mucho más que un ejército por cada manifestante.
Fuerza bruta, bestial, ejercida sobre población indefensa, oscura en su ambición y en su engaño.
No
sirvió de nada Martin Luther, no sirvió de nada cruzar el desierto.
No sirvió de nada abordar el barco rumbo a Lampedusa.
Más muertos de hambre, de frío, de miedo.
El agua entra por la boca y por los
poros. No deja respirar y se transforma en madera dura que acumula cadáveres.
Las
pequeñas familias burguesas de Paris, Berlin, Atenas y Nueva York duermen tranquilas. Los porteños
de Barrio Norte están contentos con el último triunfo de River.
Miran los goles
en Europa mientras los bolivianos se
destrozan las manos en talleres clandestinos del Once y se regalan la ropa
manufacturada frente a sus narices por vidas destrozadas.
El
mundo está hecho de dos cosas: muertos que nadie ve, muertos en vida que
avanzan como zombis en las fábricas de
Taiwan, Indonesia, China y Buenos Aires. Muertos que nadie ve en el
fondo del Mar Mediterráneo muerto. En los talleres clandestinos o en
una mina donde se encontró el último mineral que sirve para que el microchip
haga más rápido el microchip anterior así esa nena apoyada en una columna a doscientos
metros de la escuela recibe un mensaje de su amiguita en la otra esquina.
Están los muertos de tristeza como Bolaño, Galeano, Günther Grass, Sábato .Están las serpientes yarará aplastadas por los carros de combate del Rally que une Dakar con el Infierno. Quedan las matas de pasto en el desierto trituradas por una rueda de cuatro toneladas. Están los niños muertos en edificios fantasmas y laberínticos que no llevan a ningún sitio.
Están los muertos de tristeza como Bolaño, Galeano, Günther Grass, Sábato .Están las serpientes yarará aplastadas por los carros de combate del Rally que une Dakar con el Infierno. Quedan las matas de pasto en el desierto trituradas por una rueda de cuatro toneladas. Están los niños muertos en edificios fantasmas y laberínticos que no llevan a ningún sitio.
Además
de los muertos, están los indolentes.
Esos que se sacan el carnet de cretinos. Y los otros indolentes, los que se mean
en los pantalones de miedo. Esos a los que la sola perspectiva de que se les
acerque un notario kafkiano a usurparles su miligramo de confort los hace irse
por el inodoro.
¿Quienes quedamos? Los cronistas de la barbarie. Los que subimos una imagen a instagram y nos hacemos virales, lo cual equivale a decir que nos hacemos inmortales.
Somos nosotros, los que escribimos la historia, los responsables de este desastre. Los únicos que llevan la tragedia en la sangre son los que la cuentan, los que se dan cuenta que existe. Los que se la dicen a sí mismos y a los demás.
Todavía
estamos aquí, respiramos y ascendemos en la
dirección del viento: hacia la viralidad transparente. Hacia la inmortalidad
más frágil y cargada de significación que nos podamos imaginar.
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