Lo que saben las mujeres
Los niños duermen frente al televisor.
Me han faltado las fuerzas para llevarlos a la cama. Lucen desaliñados. Están
sucios. No he podido comprar comida. Se han conformado con un arroz quemado de
la semana pasada y una lata de atún vencido. Kensington está pálido como la
nieve.
“Joana no me quiere en casa”, articula cuando
lo hago sentarse.
“
No es fácil” digo, por decir algo.
“
Se ha dado cuenta…”
“
De qué, ¿de lo del auto?”
“
No podemos seguir Musumesi, esto está perdido…”
“
Bueno, robar un auto no es algo de todos los días…pero ¿de qué se queja Joana?”
“Tengo
el sistema dentro de mi casa, es la puta policía, esa mujer encarna todo lo
malo contra lo que hemos estado luchando estos años”…
Es
sábado a la noche. Mis pensamientos divagan mientras miro la cara fulminada de
Kensington. No tengo idea de cómo se
hace para pedir alimentos en el ayuntamiento. Mi amiga Nicole lo hace. Todos lo
hacen, también mi ex mujer. Todos viven de la Cruz Roja. Me he quedado sin
dinero y ahora estoy por perder la tenencia de mis hijos. Se los darán a ella,
más que seguro, a partir del mes que viene. Entonces no tendré que comprar
alimentos para todos, solo seré yo el que alimentar. Pero intuyo que aún así no
me alcanzará.
“
¿De qué más se ha dado cuenta Kensington?…no me digas que..”
“
Es la puta policía te lo digo yo…” , continúa Kensington. Está borracho y
cuando dice policía eructa y parece que va a vomitar.
“Igual
que con Ivana, igual que con March, todas son iguales Kensington, es increíble,
no hay nada que se les pase”
“
Lo sabe Musumesi…lo sabe todo”…
“
Lo del banco…lo del coche, ¿qué más sabe?”
Kensington me ha golpeado la puerta a
las dos de la mañana. Pensaba que era una redada. Estamos cercados por la
policía, parece que se ha infiltrado alguno en nuestro grupo y ya no hay nada
que hacer. La célula se disuelve sola, no hace falta ni violencia ni encarcelar
a nadie. Simplemente nos han dejado sin trabajo a todos. Sin recursos, sin
dinero. Es todo lo que había que hacer para que no pase nada con nosotros.
“Te
digo que lo sabe todo…”
“Yo
me deshice de eso hace tiempo. No más reproches. Cuando me descubrió la primera
vez se terminó todo”.
“Esto
no se terminó, esto recién comienza. Me iré, me iré de mi casa. Estoy harto de
esta mujer entrometida y estúpida”…
Kensington
luce más blanco que cuando entró. Su mirada emana dolor. Pero sobre todo una borrachera
inconsciente se le cuela por los párpados semi cerrados. Empieza a soplar el
viento. Los niños se han ido a la pieza.
“Ojalá
tus hijos no escuchen lo que te voy a decir… Joana está loca”.
Vamos
por la quinta copa de un whisky que se termina. No tengo previstos ingresos la
semana próxima. Después que se termine la última copa este rinoceronte no
tendré ni que beber ni que comer. Pronto vendrán los de la asistencia social a
llevarse los niños. Quedaré liberado para hacer lo que quiera con el whisky y
la comida.
“Ivana
también. Todas están locas. Todos nos hemos vuelto locos”.
“Me
ha disparado Musumesi. Artillería pesada. No vuelvo a esa casa”.
“Será
mejor que te calmes Kensington, no hay nada que hacer a esta hora. ¿Quieres
quedarte a dormir aquí?”...
“Creo
que…¿qué hora es?… iba a ir al hotel de la esquina, a lo de mi amigo Bill Evans,
pero tal vez es muy tarde”.
“Son
las cuatro Kensington, todo el mundo duerme a esta hora”.
“¿Qué
tiene de malo robar un auto Musumesi? Lo hemos puesto a nombre de ella, es
cierto. Está su propiedad en el seguro. Pero lo hemos robado y es nuestro. Es
estricta justicia. ¿Qué tiene de malo lo que hicimos con el banco y lo de los
abogados?. Es estricta justicia Musumesi, estricta justicia”.
No
termina de decir justicia y está dormido. Ronca sobre la mesa en la que han
comido los niños. Lo arrastro y queda tendido como si nunca hubiera tenido una
preocupación.
Ivana
vive en Olvidio, el pueblo del lado. Llevamos tres años de separación y siempre
me pasan estas cosas los fines de semana en que estoy con los niños.
Kensington
desaparece al amanecer. Desayunamos cuatro mendrugos de pan mientras se hace la
hora de volver a hacer las tareas. Mientras miro a los niños en la tarde vacía
del domingo pienso en Ivana y en March. Recuerdo la noche en que Ivana
descubrió que teníamos antes con Susan y con March y con Lola, la hija de
Nicole.. Los niños acaban la última leche en una merienda improvisada y tengo
esa duda horrible.
Me pregunto si Kensington nos ha vendido y
anoche me lo quería explicar pero se ha quedado dormido antes de hablar
“
Da igual” me digo. Queda una pisca de whisky en el último resquicio de la
botella vacía. Me lo bebo en los últimos cinco minutos del domingo. Los niños
duermen antes de que se haga lunes y haya que llevarlos al colegio…
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