María Teresa Andruetto, Gastón Sironi, Jaume Torrent y Ariel Halac en la magia de Centro Cultural Dadá en la presentación de No había que hacer negocios con argentinos




No había que hacer negocios con argentinos/Ariel Halac/Cal.lígraf, Narrativa, Figueras, España.

Ante todo quisiera comentar algo personal que me atravesó en la lectura de este libro como nos atraviesa lo vivido cuando leemos, en diálogo eso que es tan propio con lo propio de aquel que escribe. Soy hija de un exiliado, de un desarraigado, imagino que es por eso que nunca, a lo largo de tantos años como tengo, he dejado de pensar en el dolor de quienes deben vivir en otros sitios, esos hombres y mujeres que sienten muchas veces, para decirlo con palabras de Milan Kundera, que la vida está en otra parte. Pero quizás sea una exageración, me digo a veces, porque ¿cuál es el otro lado?  En una entrevista reciente, Ariel Halac le da a esa pregunta una vuelta de tuerca. Siempre he pensado que existen dos tipos de exilio, dice. O que el exilio tiene dos caras por lo menos. Existe el exilio físico, la distancia objetiva que se mide en kilómetros, en horas de ausencia, en tiempo y espacio perdido.  Pero existe otro exilio, más sutil y menos medible. Más profundo y a la vez más imprescindible. Es el exilio como mirada, como introspección y como actitud. Ese exilio puede existir en el lugar de origen o lejos
Wallace Stevens anota en su Adagia que cada escritor tiene un arco de sensibilidad fuera del cual nada existe. Esa sensibilidad está hecha de experiencia, por supuesto…a mayor amplitud de la experiencia, mayor sensibilidad, siempre que sea la primera una experiencia que se coloque lejos de lo turístico, siempre que se trate de la experiencia de aquel que debe afrontar la vida en otras zonas, en esa “otra parte” ni tan certera, ni tan segura ni tan cómoda. Sin ni siquiera proponérmelo y sin que nadie me obligara llegué a muchos aeropuertos, les he dado una nacionalidad extranjera a mis hijos, no he construido desde el arraigo, dice Halac. Pero también es cierto que en ese viaje ha habido, además de desgarro, desengaño y dolor, una gran oportunidad. Ha vivido en muchos sitios, Colonia, Córdoba, Miami, Catalunya son algunos de esos sitios en los que habitó de modos diversos, con distintos grados de acceso y condición social. De eso habla este libro, de las tensiones de hombres y mujeres que se debaten entre el desgarro y la oportunidad. También podría leerse en la diversidad de personajes que lo componen, más cercanos al yo autobiográfico (como la zona de infancia alemana o Clase 66) o más distantes de ese yo (los relatos de Miami o Barcelona) el camino de construcción y de autoconstrucción, de un hombre, de ciertos hombres: Argentinos de la generación intermedia, hombres y varones de clase media, alumnos del Belgrano durante los años de la dictadura, hijos de intelectuales o marginales o ambas cosas a un mismo tiempo, judíos desclasados o extranjeros pobres en Miami o melancólicos habitantes de las costas catalanas…, y tantas cosas como los personajes/puntos de vista que habitan este No había que hacer negocios con argentinos.  
No había que hacer negocios con argentinos trabaja sobre una serie de experiencias personales disparadas hacia la ficción, liberadas de fidelidad a la vida de quien las escribió y sujetas más bien al intenso, desconfiado, muchas veces implacable, modo de mirar del autor. En la Costa Brava Girona en Catalunya convivimos muchas nacionalidades, muchos orígenes, muchas formas de ver el mundo.  En Miami hay 36 ciudades,  con más de 300 comunidades. Esa diversidad geográfica  y cultural ha alimentado mucho mi literatura. Pero he  optado por retratar mi aldea para retratar el  mundo…, dice.
Recuerdos de Alemania, donde Ariel pasó parte de su infancia, recuerdos de los años de Córdoba, la adolescencia y el tránsito por la escuela secundaria, el paso por el colegio Manuel Belgrano –institución educativa emblemática de Córdoba- coincidiendo con la dictadura, en momentos en que esa escuela, a la manera del Colegio Nacional Buenos Aires en la novela Ciencias Morales de Kohan, vio llevarse y fue acusada, en la persona de su director, de delación. El tono de los relatos puede variar desde la ironía, el humor negro, hasta el sarcasmo (particularmente en la serie de relatos situados en Miami), la melancolía o el escepticismo (en la serie Barcelona) o la despiadada lucidez del relato de infancia alemana del que leo el comienzo Introduzco el boleto alargado en la validadora. Queda sellado con día, hora y año, 1973. Miro alrededor, como si conociera a alguien. No sé dónde estoy. Me he equivocado de tranvía. Tengo los boletos contados. Este era el último. Ahora voy a tener que colarme. Lloro. Soy el primer niño soldado que atraviesa Colonia. Una figura dibujada sobre el vacío. Navego por las calles en las mañanas de invierno. Converso con la ciudad y con mi futuro. Sobreviviré a las batallas que me tocan. Mis padres han decidido que puedo hacerlo. Recorro las arterias de la ciudad reconstruida. Soy un invasor individual. Un ejército de una persona derribando barreras. No tengo miedo. Los soldados no temen lo desconocido.
El doliente psiquismo del hermano, la homosexualidad que el amigo se ve obligado a ocultar, la violencia en el trato entre pares, la dictadura que se cuela por todos lados, la dictadura que habla por boca de otros, la soledad todo el tiempo, una soledad constitutiva que habita a todos los personajes aún en medio de tantos otros, la guerra de Malvinas, el Mundial 78, la represión de preceptores y profesores, son la materia de los relatos de la serie Córdoba, donde se transita por una primera persona ficcional que puede entenderse como un alter ego del autor. La relación con los amigos, la ironía muchas veces, el desencanto…  Con esta elección de materia prima, el libro se construye, como Halac mismo dice, en una especie de novela negra, generacional y cronológica, porque no muestra ya (sólo) la vida de un chico, de un muchacho, de un hombre sino de dos chicos sometidos a la más alta extranjeridad primero, un puñado de jóvenes desconcertados deambulando en un mundo sin sentido después y más tarde unos hombres entre otros hombres, perdedores nacidos en la misma época, que debieron vivir los mismos hechos políticos y culturales en un mismo momento histórico, hombres que comparten un mismo espíritu de época, en este caso el de una de las generaciones argentinas más castigadasen lo que respecta al sinsentido de la existencia, también más despojadas de heroicidad. El destino de estos personajes como la vida de cada uno de nosotros, está signado no sólo por las propias elecciones individuales, muchas veces erráticas, confusas, plagadas de deseos incontrolables o de impulsos letales, sino marcado, como decíamos, por una época que condiciona y a la vez contextualiza sus acciones, una época de la que no es posible escapar. La primera parte del libro relata, por sobre todo una experiencia de desarraigo. Una ida y vuelta de dos niños y sus padres a Alemania en el año 1973 que remueve en el personaje soporte del relato los ecos familiares de la persecución nazi y los hornos crematorios. En la segunda parte del libro, el hueso de los relatos es la relación adolescencia/dictadura que en el libro tiene el nombre que se le daba a comienzo de los ochenta, tiempo en que suceden los relatos de la serie, el Proceso de Reorganización Nacional, fondo, figura y chaleco de fuerza de una adolescencia reprimida y silenciada. En la sección Miami, el nudo de capitón es allá la caída de las torres y acá la debacle de 2001, en un contrapunto que da cuenta de algunos por qué de los que se fueron de acá buscando allá lo que no parece estar en ninguna parte.
No recuerdo cuando se fue Ariel a Miami, pero veo esa zona del libro tan impregnada por la decepción que teníamos todos de fines los 90, la debacle de ese final de década, de siglo y de milenio..., marcada por el humor negro, la ironía, el sarcasmo, encontrando su cauce genérico en las vertientes del policial negro. En la serie Barcelona la experiencia del desarraigo, la nostalgia del terruño, la dificultad de volver y la crisis moral de Europa me quedo/me voy/me quedo/me voy habitan a los personajes, lo que muestra que la construcción de una memoria individual ensamblada con la memoria colectiva, unidos lo más íntimo con lo público y lo más privado con lo político, es el tema central de No había que hacer negocios con argentinos.  Construcción de personajes que transitan entre la oportunidad y el desgarro, entre la pobreza y el bienestar, entre la locura y el más alto sentido común, entre el mundo del arte y el de los negocios, en esta serie de relatos hilados en una suerte de bildungroman alejada del espíritu romántico para sumergirnos en un realismo crudo y duro, en los límites a veces extremos de ese realismo, a la manera del realismo sucio norteamericano de cuyas lecturas, según creo, Ariel es deudor, en un arco que va desde Carver a Bolaño para regresar otra vez al reverso del sueño americano y de los sueños europeos de bienestar, para instalarnos más bien en sus pesadillas.
Conozco a Ariel desde hace muchos años y diría también que, en la modesta medida en que podemos conocer al otro, hemos hablado los dos de desgarros, de hermandad herida y de esa oportunidad que le ha dado a él, como él mismo expresa, el extrañamiento, la condición de extranjero en casi todas partes. En tal sentido, No había que hacer negocios con argentinos podría inscribirse en la serie de relatos que se incluyen en la literatura del yo que despertó fuerte interés teórico en nuestro país hace no mucho tiempo y de la que se ocupó especialmente Alberto Giordano en El giro autobiográfico de la literatura argentina actual. Tenemos aquí como en esa zona literaria la propia vida del autor como materia, si es que se puede hablar de “la propia vida” cuando ésta se ha mediatizado, ficcionalizado de tal modo en la escritura. Sin embargo, no es el espectáculo de la intimidad, la exhibición del yo transformado en experiencia estética lo que parece seducir al autor. No es la cultura de lo íntimo ni es tampoco el afán de exponerse lo que lo lleva adelante en la escritura de estos cuentos ni parece tampoco el deseo de espiar en esa intimidad de un modo vouyerista lo que nos afana a nosotros en su lectura, sino sobre hay en este libro y el libro provoca en nosotros los lectores, la necesidad de comprender el desconcierto de una generación.
Libro de viajes. Viaje de perdedores, olvidados, marginados que oscilan entre quedarse en algún sitio o regresar al punto de partida.  Hombres que no saben dónde regresar No soy alemán, no soy católico. No sé de memoria al Padrenuestro. Cuando nos tomamos las manos, siento ganas de gritar: ¡tampoco soy este! Libro de viaje a contrapelo de todos los libros de viaje, aquellos libros de los cronistas, que eran por esencia libros en los cuales quien narra se deslumbra por lo que ve… aquí en cambio tenemos un viajero que mira con escepticismo, con sarcasmo, los infinitos cul de sac de la existencia. Ese hombre (o esos hombres) que se contempla a sí mismo como habitante de un mundo de perdedores, no por exceso de pesimismo sino por desolada conciencia de sí y del mundo en que está inmerso, lo dice con todas las letras no se trata del recuerdo en sí.  Se trata de la manera en que podemos  emplear el lenguaje para recrear esa experiencia, resignificarla. Se trata de las opciones narrativas, técnicas y conceptuales que se adoptan sobre la base de ese recuerdo. En mi literatura y en mi vida, el ser extranjero es una condición, dice. Pero no una condición de la distancia, sino una condición existencial, una condición de la mirada.

Esa conjunción de lo individual y lo social es sin duda uno de los logros de la escritura de Ariel. El resto es la escritura misma, económica, ágil, capaz de llevarnos decididamente hacia el final y capaz sobre todo de hacernos pensar en nosotros mismos, que es finalmente el poder que tienen los buenos libros.  Se trata de una mirada que tiene raíz en su historia familiar de viajes, de diáspora, de inmigración personal y colectiva, de persecuciones y discriminación, alejamiento, inclusión, exclusión, autoexclusión.  En cierto modo, se trata otra vez del peregrino de la etnia ancestral, que vaga en busca de una identidad que no tiene asidero en ningún espacio físico, una identidad que no está en la tierra, en el terruño, sino en alguna otra parte inalcanzable, tal vez en la palabra que aparece ante la ausencia de los seres y las cosas. O tal vez en la viva presencia de esa memoria que aparece como dedicatoria a comienzo del libro: A la memoria de Pedro Halac y de la Oma…
María Teresa Andruetto

Comentarios

Entradas populares