Vivo en un País de Insomnio

Obra: Marcos Tatian
"Vivo en un país de insomnio.” pensó Morris. Contó los huevos que quedaban en la nevera. Cuatro. Contó los días que faltaban para su regreso al país de la infancia: incontables. Contó las veces que había pensado en volver en la última semana: siete. Una por día de la semana. Contó lo que le había hecho la vida: años, muchos años de ir y venir. Contó sus deudas: demasiadas. Y así se quedó sentado, mirando la noche, mientras renacía en su pena la duda. “ La pena sin duda no tiene gracia” pensó y se dirigió hacia las estrellas donde algún misterio parecía decirle algo. Intentó descubrir el mensaje cifrado, el laberinto en el mar infinito que poblaba el cielo. Y no lo pudo entender. La pena y la duda se abrieron paso y entendió que el ejercicio de la memoria y por ende del amor es selectivo. Por eso eligió tres recuerdos para respirar y abrirse al mundo:
Recordó a su
tía abuela que escapó en Berlin de la muerte. Recordó a su hermano derrotado
por el aire que no entró a sus pulmones. Recordó la primera vez que partió. Recordó
su número de teléfono en el hogar de su infancia.
Recordó el
lugar del que nunca se tendría que haber ido. Y regresó. Desde el país de
insomnio tomó un recodo del camino y giró en dirección contraria. Se puso en
marcha con prisa, como quien pierde un tren que parte irremediablemente.
Entendió que el vacío no se llenaba solo con caminatas, pero siguió caminando.
Y en otro recodo del camino se quedó sentado. Entendió que no tenía sentido.
Que estaba demasiado absorto en el destino. El destino se había perdido. El
destino era la infancia, en definitiva el único hogar posible. Y ese hogar era
irrecuperable. Miró otra vez las estrellas. Entendió, en el fresco aire
nocturno del verano tardío, que no había donde volver. Y entonces tomó otra vez
el camino, en dirección contraria. Y allí se detuvo. “ Esto es un caos” pensó. “
Ahora sí que estoy perdido”. Y la pena se adueñó de su sombra. Sin descanso fue
girando en círculos hasta que cayó exhausto.
No se había
movido de su silla. El relato lo había invadido y había creído moverse. Pero en
realidad no era más que un ejercicio literario. Morris se aferró al vacío y lo
hizo suyo. Dejó de contar huevos, días, dejó de ir hacia un lado y hacia otro.
Se detuvo en seco e intentó encontrar el silencio.
Allí se quedó,
seco. Y entonces sí, encontró un recorrido por su propio país. Un país de
insomnio. Un camino que no lo llevó a ningún sitio. Pero que en el silencio lo
transportó allá desde donde venía: más allá de la infancia. Más allá de las
estrellas. Un espacio donde no hay caminos, ni otoño, ni se pueden contar las
cosas. Un espacio de memoria. Un espacio de encuentro. Y desde allí construyó
el insomnio. Se hizo fuerte. Y finalmente, se durmió.
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